Leo y el Misterio de la Amistad



Había una vez un nene llamado Leo, que vivía en un pequeño barrio rodeado de árboles y juegos. Leo era conocido por ser muy amable y cariñoso con su familia y amigos cercanos. Sin embargo, había algo curioso en él: con algunas personas, especialmente las que no conocía bien, se volvía serio y distante.

Un día soleado, Leo decidió ir al parque. Al llegar, se encontró con sus amigas Sofía y Valentina, y su amigo Tomás.

"¡Leo! ¡Mirá lo que hicimos! ¡Estamos jugando a la pelota!" - gritó Sofía emocionada.

"¡Qué bueno!" - respondió Leo, sonriendo.

Pasaron un rato jugando juntos, pero entonces, un grupo de chicos nuevos llegó al parque. Equipados con una pelota de fútbol, se reían y hacían bromas entre ellos. Leo miró de reojo y de repente se volvió serio.

"¿Vamos a jugar con ellos?" - preguntó Tomás, lleno de entusiasmo.

"No sé..." - respondió Leo, cruzando los brazos.

Sofía y Valentina no entendieron por qué Leo se comportaba así.

"¡Pero quizás quieran jugar con nosotros!" - insistió Valentina.

"No quiero. A veces la gente no es amable" - musitó Leo, desviando la mirada.

Los chicos nuevos decidieron jugar entre ellos, y Leo se quedó sentado en un banco, observando cómo se divertían. Pasaron los minutos, pero algo en su corazón no se sentía bien. Le gustaba ser amable, pero no sabía por qué a veces elegía cerrarse.

Finalmente, Sofía se acercó a Leo.

"¿Por qué no te unes a ellos? Tal vez son geniales" - le dijo.

"No lo sé, a veces me siento incómodo con personas que no conozco" - respondió Leo.

Sofía lo pensó un momento y luego dijo:

"A veces, hacer nuevos amigos puede ser sorprendente. ¿Qué te parece si intentamos?" -

Un poco dudoso, Leo asintió. Así que, con un poco de empuje de sus amigas, se acercaron al grupo.

"Hola, soy Sofía, ella es Valentina y él es Leo. ¿Pueden jugar con nosotros?" - preguntó Sofía con una sonrisa.

Los chicos nuevos se volvieron hacia ellos, un poco sorprendidos al principio, pero después sonrieron.

"Claro, ¡somos Mateo, Luciano y Ana! ¡Nos encantaría jugar!" - respondió Mateo.

Después de unas pocas jugadas, Leo empezó a sentirse más a gusto. Se dio cuenta de que con cada pase de la pelota, sus risas se volvían más cercanas.

"Leo, ¡sos muy bueno jugando!" - lo elogiaron los chicos.

Y, por primera vez, Leo sintió que la distancia que había creado no tenía sentido. Al terminar el juego, todos estaban cansados pero felices.

"¡Qué buen tiempo pasamos! ¡Se viene la próxima!" - exclamó Ana.

"Sí, ¡más partidos juntos!" - agregaron Luciano y Mateo.

Leo, con una sonrisa en la cara, se dio cuenta de que había dejado de lado el miedo y ahora tenía nuevos amigos.

Unos días después, regresó al parque. Esta vez, en lugar de quedarse alejado, se acercó a otros chicos que también estaban jugando.

"¡Hola! ¿Podemos jugar juntos?" - pidió Leo, con mucha más confianza.

Al final de esa tarde, Leo sintió que había aprendido algo importante: no todos los desconocidos eran personas con las que no podía ser amable. A veces, arriesgarse a abrir su corazón podía resultar en amistades maravillosas.

A partir de ese día, Leo decidió que iba a ser siempre amable, entusiasta y abierto, sin importar con quién se encontrara. Aprendió que la amistad no se formaba solamente con quienes ya conocías, sino que también se podía construir con aquellos a quienes aún no les habías dado una oportunidad.

Y así, en cada nuevo día, Leo se convirtió en un nene con un gran corazón, lleno de amigos y aventuras.

"Gracias por ayudarme, chicas. Ustedes son las mejores amigas que podría tener" - les dijo a Sofía y Valentina cuando terminaron de jugar por primera vez con los nuevos chicos.

"¡Siempre estamos aquí para apoyarte!" - le respondieron.

Leo sonrió, sabiendo que la vida estaba llena de sorpresas y que lo más bonito era compartirlas con amigos.

FIN.

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