Leo y el Misterio de las Estrellas



En un bosque verde, se encontraba una pequeña escuela a la que asistían muchos animales. Entre ellos, estaba Leo, un pequeño erizo con grandes sueños. Él quería aprender sobre las estrellas y todas las historias que los maestros contaban. Pero había un pequeño problema: no podía ver las estrellas desde el bosque debido a la densa fronda de los árboles.

Una tarde, después de la clase de ciencias, Leo se acercó a su maestra, la sabia lechuza Doña Olga.

"¿Doña Olga, por qué no podemos ver las estrellas desde aquí?" preguntó Leo con curiosidad.

La lechuza cerró los ojos por un momento, pensativa, y luego dijo:

"A veces, los sueños requieren un esfuerzo extra, Leo. Puedes aprender sobre las estrellas, pero necesitarás encontrar un lugar especial para verlas."

"¿Y cómo puedo hacerlo?" insistió el pequeño erizo, con su voz llena de determinación.

"Tal vez podrías buscar la colina más alta del bosque. Allí el cielo es más claro y tendrás una mejor vista", sugirió Doña Olga con una sonrisa.

Decidido a alcanzar sus sueños, Leo comenzó su aventura. Caminó y caminó, preguntándole a todos los animales que encontraba en su camino.

"Disculpen, ¿saben dónde está la colina más alta?" preguntó Leo a un grupo de ardillas que jugaban en un árbol.

"¡Claro que sí! Solo debes seguir el sendero que va hacia el río y luego girar a la izquierda. ¡No te olvides de mirar hacia arriba, hay muchas sorpresas en el sendero!" le respondió la ardilla más vieja.

Leo agradeció a las ardillas y siguió el sendero. La caminata fue larga y, en un momento, empezó a cansarse.

"Quizás no lo logre..." pensó para sí mismo. Pero de repente, se topó con Timmy, un pequeño conejo que estaba recogiendo flores.

"¿A dónde vas, Leo?" preguntó Timmy, notando la tristeza en el rostro del erizo.

"Voy a buscar la colina más alta para ver las estrellas, pero ya me siento cansado. Quizás no deba intentarlo."

"No digas eso," exclamó Timmy, "puedo acompañarte. Dos es mejor que uno. Y además, puedo ayudarte si te cansas. ¡Vamos juntos!"

Con un nuevo amigo a su lado, Leo sintió que sus fuerzas volvían. Juntos brincaron, corrieron y cantaron mientras subían por el sendero.

Finalmente, después de mucho esfuerzo, llegaron a la cima de la colina. Leo miró alrededor y sus ojos se iluminaron. El cielo estaba despejado y estrellado, lleno de luces brillantes.

"¡Mirá!" gritó Leo lleno de emoción, "¡es tan hermoso! No puedo creer que finalmente sepa cómo son las estrellas."

"¡Es increíble!" respondió Timmy. "Cada estrella puede contar una historia. ¿Te imaginas cuántas historias hay ahí arriba?"

Con los ojos fijos en el cielo, Leo se sentó en la hierba y empezó a contar. Habló sobre la leyenda de la estrella de la mañana, que hacía que todo renaciera con luz. Habló de la estrella del caminante, que guiaba a los viajeros en la noche.

Timmy se quedó maravillado, y juntos pasaron horas disfrutando de la frescura de la noche y las historias brillantes que imaginaban. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, Leo se dio cuenta de que debían regresar antes de que se oscureciera demasiado el sendero.

"Debo decirte que gracias por ayudarme y por ser un buen amigo, Timmy", dijo Leo mientras comenzaban a descender.

"Siempre estaré aquí para acompañarte, Leo. Siempre que tengas un sueño, no dudes en buscarlo. A veces, solo necesitas un poco de ayuda", respondió Timmy con una sonrisa.

Al regresar a casa, Leo entendió que no solo había aprendido sobre las estrellas, sino también sobre la amistad y la perseverancia. Desde ese día, cada vez que miraba al cielo, recordaba las historias que había contado y la aventura que había vivido con Timmy.

Y así, en esa pequeña escuela del bosque, Leo no solo siguió aprendiendo sobre las estrellas, sino que también se convirtió en un gran narrador de cuentos, usando su imaginación para enseñar a sus amigos sobre el cielo.

"Los sueños son como estrellas, cada uno necesita su propio camino para brillar", solía decir, inspirado por su no tan pequeña aventura.

FIN.

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