León y la fuerza de la calma


Había una vez un pequeño león llamado León, quien vivía en la selva junto a su familia. León era un leoncito muy curioso y aventurero, siempre estaba explorando y descubriendo cosas nuevas.

Sin embargo, había algo que lo hacía sentir diferente: tenía problemas para controlar su enojo. A veces, cuando las cosas no salían como él quería o cuando alguien le decía algo que no le gustaba, León se enfadaba mucho.

Su rostro se ponía rojo como un tomate maduro y sus garras se ponían afiladas como cuchillos. La mamá de León siempre trataba de enseñarle a controlar su enojo.

Ella le decía: "León, mi amor, sé que te sientes frustrado cuando las cosas no van como quieres, pero es importante aprender a calmar tus emociones". Un día, mientras jugaba con sus amigos en la selva, León tropezó y cayó sobre una rama espinosa.

¡Ay! El dolor fue tan fuerte que sintió una gran rabia correr por todo su cuerpo. Se levantó rápidamente y gritó: "-¡Estoy harto!". Todos los animales de la selva quedaron sorprendidos al verlo así. Sus amigos intentaron consolarlo y preguntaron qué pasaba.

Pero el enojo de León era tan grande que no podía hablar sin gritar. En ese momento apareció el sabio elefante Ernesto. Ernesto era conocido por ser muy paciente y tranquilo.

Se acercó a León con calma y dijo: "-León, entiendo que estés molesto por tu caída y el dolor, pero gritar y enojarte no solucionará nada. ¿Te gustaría que te ayude a controlar tu enojo?". León, con lágrimas en los ojos y aún muy enfadado, asintió con la cabeza.

Ernesto le explicó: "-Cuando sientas que estás perdiendo el control de tus emociones, intenta respirar profundamente y contar hasta diez. Esto te ayudará a calmarte".

León siguió el consejo de Ernesto y comenzó a respirar lentamente mientras contaba hasta diez. Al principio fue difícil, su enojo era tan fuerte que quería explotar como un volcán. Pero poco a poco, León empezó a sentir cómo se relajaba su cuerpo y su mente.

Pasaron varios días y León practicaba todos los días para aprender a controlar su enojo. A veces fallaba y se dejaba llevar por la rabia, pero siempre recordaba las palabras sabias de Ernesto e intentaba nuevamente.

Un día, mientras jugaban al fútbol en la selva, uno de sus amigos le quitó la pelota sin querer. Antes de que pudiera reaccionar con ira, León cerró los ojos y comenzó a respirar profundamente mientras contaba hasta diez.

Cuando abrió los ojos nuevamente, vio que sus amigos estaban preocupados por él. Pero esta vez no estaba enfadado ni gritando; había logrado controlarse gracias a su determinación y práctica diaria. Desde ese día en adelante, León aprendió a manejar su enojo de una manera saludable.

Ya no era conocido como "León enfadado", sino como "León tranquilo". Sus amigos y familiares estaban orgullosos de él y lo admiraban por su valentía y perseverancia.

Y así, León vivió muchas aventuras en la selva, siempre recordando que el enojo no resuelve los problemas. Aprendió a expresar sus emociones de una manera positiva y a disfrutar de la vida junto a sus seres queridos.

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