Leon y los Obstáculos de la Selva



En la profunda selva de Sudamérica, había un león llamado Leo. Leo siempre había soñado con ser un gran cazador, pero había un pequeño problema: ¡era muy perezoso! Un día, mientras se estiraba bajo un árbol frondoso, su amigo, el loro Pipo, llegó volando.

"¡Leo! ¡Despierta! ¡Es hora de cazar!" - gritó Pipo.

"Ay, Pipo, no tengo ganas. ¡La siesta es tan rica!" - respondió Leo, girándose para seguir durmiendo.

Pero Pipo no estaba dispuesto a dejarlo en paz. "¡Pero tienes hambre! Si no cazas, te vas a quedar sin comida. ¡Es hora de moverte!" - insistió.

Leo se sentó y miró hacia el bosque. Tenía razón. Llevaba días sin comer y su pancita estaba haciendo ruidos extraños.

"Está bien, voy a intentarlo. Pero necesito un plan. ¿Cómo puedo cazar si hay tantas piedras en el camino?" - dijo Leo, algo desanimado.

Pipo suspiró. "Las piedras son obstáculos, pero también son oportunidades. Si saltás bien, podés acercarte a tu presa sin que te vea. ¡Vamos, yo te ayudo!" - exclamó el loro, lleno de energía.

Con la ayuda de Pipo, Leo comenzó a practicar saltos. Primero, saltó sobre una piedra pequeña; luego, una más grande. A medida que avanzaba, se dio cuenta de que, aunque al principio era difícil, empezó a hacer saltos sorprendentes.

"¡Mirá! ¡Lo estoy logrando!" - gritó Leo emocionado.

De repente, un pequeño venado apareció en el claro. Leo sintió su corazón latir más rápido.

"Ahí está mi oportunidad. ¡Voy a intentarlo!" - le dijo a Pipo, quien lo animaba desde un árbol cercano.

Leo se acercó con cuidado, pero había muchas piedras en su camino. Recordó lo que había practicado y se preparó para saltar. Con todas sus fuerzas, dio un gran salto, ¡y lo logró! Pero, justo cuando se acercaba al venado, se dio cuenta de que había más obstáculos de los que pensaba.

"¡Ay no! ¡Otra piedra!" - exclamó Leo mientras se detenía súbitamente.

"¡Salta! ¡No te detengas!" - gritó Pipo, volando adelante y mostrándole cómo acelerar.

Leo tomó aire y saltó nuevamente, esta vez con más confianza. Pero antes de que pudiera alcanzar al venado, este se dio cuenta y comenzó a correr. Leo lo persiguió, pero había más rocas y árboles en el camino.

Mientras corría, comenzó a pensar: "Si mantengo la calma y sigo saltando, tal vez pueda atraparlo. Sólo tengo que concentrarme en lo que he aprendido."

Con una mezcla de determinación y energía, Leo saltó hacia adelante, uno tras otro, sin rendirse. Finalmente, logró acortar la distancia, y el venado, asustado, tropezó con una piedra.

Leo, lleno de felicidad, se acercó con un brillo especial en sus ojos. "¡Lo logré!" - dijo mientras intentaba recordar cómo debía cazar. En el último instante, el venado se levantó y corrió, dejándolo atrás.

"No importa, Leo. ¡Lo intentaste!" - lo animó Pipo, volando a su lado.

Frustrado pero motivado, Leo decidió que no iba a rendirse. "Voy a mejorar. Morir de hambre no es una opción. Cada vez que salte una piedra, estaré más cerca de mi objetivo" - dijo decidido.

Desde ese día, Leo continuó practicando, saltando las piedras y persiguiendo su cena. Cada intento era diferente, y no siempre lograba atrapar a su presa, pero algo había cambiado en él. Aprendió que había que perseverar y que cada obstáculo era una oportunidad para mejorar:

"Las piedras son mis amigas, ¡me ayudan a ser mejor cazador!" - se decía a sí mismo.

Con el tiempo, Leo se volvió un experto en saltar obstáculos. Aprendió a cazar no solo para comer, sino también para compartir con sus amigos. Así, un día, Leo invitó a Pipo y a otros amigos a compartir una deliciosa comida en el claro.

"¡Gracias, Pipo! ¡Sin tus consejos no lo hubiera logrado!" - dijo Leo feliz, masticando con gusto.

Finalmente, Leo aprendió que la perseverancia y la ayuda de amigos son los mejores caminos para alcanzar sus sueños, sin importar cuán difíciles se vean los obstáculos.

Y así, el león se convirtió en uno de los cazadores más hábiles de la selva, siempre saltando hacia adelante, con su pancita llena y su corazón contento.

FIN.

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