Lía y el unicornio dorado



Lía era una niña muy especial. Le encantaban los unicornios y todo lo relacionado con ellos. Su habitación estaba llena de dibujos de unicornios, y tenía un peluche gigante de unicornio en su cama. El color favorito de Lía era el amarillo, porque le recordaba la luz del sol que siempre la hacía sonreír. A Lía también le gustaba el judo, donde aprendía a controlar su cuerpo y su mente, y la música, que la hacía moverse como si fuera una bailarina de ballet. Pero lo que más le gustaba a Lía era dibujar. Pasaba horas y horas coloreando y creando mundos mágicos en sus cuadernos.

Sin embargo, Lía tenía un problema. A veces, cuando las cosas no salían como ella quería, sentía una gran frustración y se enojaba mucho. La rabia se apoderaba de ella y la hacía sentir triste. Un día, mientras Lía dibujaba en su cuaderno, un rayo de luz dorada entró por la ventana y se posó sobre su dibujo de un unicornio. De repente, el dibujo cobró vida y el unicornio saltó del papel, mirando a Lía con ojos brillantes.

- Hola, Lía. Soy Dorado, el unicornio de la paciencia y la calma. He venido para ayudarte a controlar tus emociones -dijo el unicornio con una voz suave y tranquilizadora. Lía estaba asombrada y emocionada al mismo tiempo. Dorado le explicó que quería llevarla a un viaje mágico para enseñarle cómo manejar su frustración y su ira.

Lía montó en el lomo de Dorado y juntos volaron por encima de nubes doradas hacia un hermoso prado. Allí, Dorado le mostró a Lía cómo respirar profundamente y contar hasta diez cuando se sintiera frustrada. Además, le enseñó a expresar sus emociones a través del arte, dibujando lo que sentía en lugar de enojarse. Lía practicaba con entusiasmo todo lo que Dorado le enseñaba, y poco a poco fue sintiéndose más tranquila y en control.

Después de un tiempo, regresaron a la habitación de Lía. Desde ese día, cada vez que sentía que la frustración la invadía, recordaba las enseñanzas de Dorado. Respiraba hondo, contaba hasta diez y tomaba sus crayones para dibujar lo que sentía. Pronto, Lía notó que su actitud había cambiado. Ya no se enojaba tan rápido y encontraba soluciones creativas para sus problemas. La música y el judo también la ayudaban a mantenerse equilibrada.

Lía estaba muy agradecida por la amistad de Dorado y por haber aprendido a controlar sus emociones. Nunca más se sintió atrapada en la frustración y el enojo. Ahora, cuando miraba sus dibujos de unicornios, recordaba el poder de la paciencia y la calma que Dorado le había enseñado. Y así, Lía siguió dibujando y creando, compartiendo su luz amarilla con el mundo.

FIN.

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