Lila y el Mundo de los Papás Buenos



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía Lila, una nena de seis años con una imaginación desbordante. Cada tarde, después de hacer su tarea, Lila corría al patio de su casa y se perdía en sus pensamientos, jugando sola entre flores y juguetes olvidados. Aunque el sol brillaba y las mariposas danzaban a su alrededor, ella sentía un nudo en el corazón. Sus papás, aunque siempre estaban en casa, parecían tan ocupados que nunca le daban un abrazo o un simple ‘te quiero’.

Una tarde, mientras giraba en su pequeño columpio, Lila cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas ver a sus papás jugar con ella. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que el patio había cambiado. Ahora era un lugar mágico, lleno de colores vibrantes y criaturas fantásticas.

De repente, apareció un conejito de pelaje suave y brillante.

"¡Hola, Lila! Soy Timo, el conejito mágico. ¡Bienvenida al País de los Papás Buenos!"

Lila, sorprendida y un poco asustada, respondió:

"¿Papás buenos? ¿Qué es eso?"

"Aquí, todos los papás juegan con sus hijos, siempre están felices y les cuentan cuentos. ¡Ven, quiero presentarte a uno de ellos!"

El conejito la condujo a un hermoso campo lleno de flores y mariposas. Allí, un papá alto y sonriente estaba volando una cometa junto a una nena.

"¡Hola! Soy el papá de Sol. ¿Te gustaría jugar con nosotros?"

"Claro!" dijo Lila con una sonrisa boba en su cara.

Mientras corrían y reían, Lila se sintió tan feliz que casi olvidó su tristeza. Sin embargo, algo en el fondo de su corazón la hacía cuestionar.

"¿Por qué no puedo tener un papá como vos?"

El papá de Sol se agachó y le dijo con ternura:

"Cada papá es diferente, querida. A veces, ellos están ocupados y no se dan cuenta de lo que necesitan sus hijos. Pero eso no significa que no te quieran. A veces, hay que hacerles saber lo que uno siente."

Lila pensó en sus papás y se dio cuenta de que, tal vez, no lo hacían a propósito.

"¿Podré volver a mi hogar?"

"Siempre puedes regresar, Lila. Pero recuerda, el cambio empieza desde adentro. Cuéntales lo que sientes, quizás ellos no saben cómo ayudarte."

Así, Lila se despidió de Sol y su papá, y se volvió a casa. Pero no estaba lista para enfrentar a sus papás. Decidió buscar un lugar especial en su patio. Allí, apiló las piedras y ramas, creando un pequeño altar donde podría sentarse a pensar.

Al día siguiente, cuando sus papás estaban en casa, Lila reunió todo su valor y les dijo:

"Mamá, Papá, me gustaría que jugáramos juntos. A veces me siento triste porque no siento que me quieren mucho."

Sus papás se miraron, sorprendidos.

"Lila, no sabíamos que te sentías así... ¡Claro que te queremos!"

"¿Por qué no nos enseñás a jugar?"

Lila sonrió, y juntos comenzaron a jugar al escondite. Al cabo de un rato, las risas llenaban la casa.

Desde ese día, Lila entendió que a veces las palabras son la llave para abrir el corazón de los demás. Aunque el mundo mágico de los Papás Buenos era fantástico, el amor y la conexión que comenzó a construir en su hogar era aún más poderoso.

Cada tarde en el patio, Lila ahora compartía sus juegos y sus sueños. Y aunque sus papás todavía tenían días ocupados, Lila descubrió que también podían ser buenos papás.

Así, las tardes de Lila se llenaron de juegos, abrazos y risas. Y aunque el mundo mágico seguía en su corazón, su hogar era, poco a poco, el lugar que siempre había soñado.

FIN.

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