Lili y los Camaleones Perdidos
Era un día soleado en la Playa del Mojón y Lili, una niña curiosa y aventurera, había decidido ir a buscar a sus amigos, los camaleones. Solía verlos jugar entre los arbustos y en el suelo, cambiando de color y escondiéndose entre las hojas. Pero hoy, algo se sentía extraño. A medida que Lili se acercaba al lugar donde solían estar, notó que no había ni un solo camaleón. El lugar estaba desierto.
-Los camaleones... ¿dónde están? -se preguntó, frunciendo el ceño.
Recordó que el día anterior había escuchado a unos adultos hablando sobre una fumigación que se llevaría a cabo en la playa. Esa debía ser la razón por la que sus amigos habían desaparecido.
-¡No puede ser! -exclamó Lili. -¡Tengo que encontrarlos!
Con determinación, Lili decidió que no podía rendirse. Corrió hacia su casa y buscó su cuaderno de anotaciones. Siempre había creado pequeñas guías sobre los animales y plantas que encontraba en su camino. Así que decidió hacer un plan para buscar a los camaleones.
-Primero, necesito saber dónde podrían haberse escondido -pensó, escribiendo ideas en su cuaderno.
Al día siguiente, Lili se acercó a la playa vestida con su gorra y un par de binoculares que había recibido en su cumpleaños. Estaba decidida a encontrar a sus amigos. Mientras caminaba, se dio cuenta de que la playa se veía diferente, casi triste.
-¡Necesito ayuda! -gritó Lili, y pronto se le unió su vecino, el viejo Don Eduardo, un amante de la naturaleza.
-¿Qué sucede, chiquita? -preguntó Don Eduardo, al acercarse.
-Don Eduardo, los camaleones han desaparecido. Creo que la fumigación los asustó y se escondieron -le explicó Lili.
Don Eduardo frunció el ceño, pero luego sonrió con complicidad.
-Es posible, Lili. Pero debemos encontrar una forma de que vuelvan. Quizás si creamos un pequeño refugio donde se sientan seguros, los atraigamos de vuelta -sugirió.
Lili se iluminó con la idea. Juntos, comenzaron a recolectar ramas, hojas y piedras para construir un espacio acogedor en la esquina de la playa, lejos de los químicos. Mientras trabajaban, Lili compartió su plan:
-¡Vamos a ponerle un letrero! Tiene que decir '¡Camaleones Bienvenidos!' -propuso.
A Don Eduardo le encantó la idea y empezaron a decorarlo con colores y diseños.
Cuando terminaron, se alejaron del refugio que habían construido, esperando que, si los camaleones se atrevían a salir, pudieran verlo.
Pasaron los días y Lili continuó visitando el refugio. A veces jugaba a esperar, imaginando a sus amigos correteando por entre las hojas. Hasta que un día, mientras dibujaba en el cuaderno, vio un pequeño movimiento entre los arbustos.
-¡Mirá, Don Eduardo! -gritó, señalando con entusiasmo.
Delante de ellos, dos camaleones se asomaron, asustados pero curiosos. Eran de un verde brillante y sus ojos se movían lentamente, evaluando el entorno. Lili rió de felicidad.
-¡Lo logramos! -exclamó, corriendo hacia el refugio con cuidado de no asustarlos.
Don Eduardo la siguió, riendo también. Los camaleones comenzaron a acercarse, moviéndose lentamente hacia el refugio, fascinado con las decoraciones que Lili y Don Eduardo habían hecho. Pronto, uno de los camaleones se subió a una de las ramas de su refugio y comenzó a cambiar de color.
-¡Está feliz! -dijo Lili mirando a su nuevo amigo.
Desde ese día, los camaleones empezaron a regresar a su hogar en la playa, y Lili se convirtió en la cuidadora de su refugio. Cada tarde, ella y Don Eduardo educaban a los demás niños sobre lo importante que era cuidar el medio ambiente y proteger a los animales.
Con el tiempo, más y más camaleones llegaron a la playa, llenando de vida y color el lugar. Lili aprendió que, aunque a veces las cosas pueden parecer difíciles y tristes, siempre hay una forma de hacer que todo vuelva a estar bien, especialmente cuando tenemos un corazón dispuesto a ayudar.
FIN.