Liz y sus Monedas Mágicas
Era un día soleado en la escuela primaria del barrio. Liz, una niña invidente de 8 años, estaba entusiasmada porque había decidido aprender a usar las monedas de 0.10 y 0.20 centavos. La maestra Ana había prometido una actividad divertida en la que todos aprenderían sobre los diferentes tipos de dinero.
"Hoy vamos a jugar a la tiendita, chicos. Así aprenderán a usar sus monedas de manera divertida", dijo la maestra mientras sonreía.
Liz, con su bastón en mano, se unió a sus amigos Ruth, Estefani, Eduardo, Luis y Dayana. Todos estaban ansiosos por esta actividad, pero Liz sabía que necesitaría un poco de ayuda. Estefani se acercó y le ofreció su mano.
"¿Querés que te ayude, Liz?", preguntó Estefani amablemente.
"Sí, por favor. Me encantaría aprender a distinguir las monedas", respondió Liz, con su voz llena de determinación.
Los amigos de Liz comenzaron a ayudarla a identificar las monedas. Luis le explicó que las monedas de 0.10 eran más delgadas y con un sonido diferente al caer que las de 0.20.
"Mirá, escuchá el sonido de esta. Es más suave", dijo Luis mientras dejaba caer una moneda de 0.10.
"Y esta otra, es más pesada y suena más duro", agregó mientras caía la de 0.20.
Liz escuchó atentamente y se concentró. Pronto, pudo identificar las monedas por el sonido. Todos se emocionaron al ver cómo Liz progresaba. Sin embargo, la actividad no estaba exenta de desafíos. Cuando Liz tuvo que comprar algunos caramelos en la tiendita del aula, se dio cuenta de que aún se sentía insegura.
"No sé si voy a poder. ¿Y si me confundo con las monedas?", dijo Liz, un poco nerviosa.
Pero Eduardo, siempre optimista, le dijo:
"¡Tienes que confiar en vos misma, Liz! Vamos a practicar juntos. Yo te ayudaré a contar las monedas."
Así que, con la ayuda de sus amigos, Liz se acercó a la tiendita. Ella tomó una bolsa de caramelos y comenzó a contar las monedas que necesitaba.
"Voy a usar dos monedas de 0.10 para los caramelos que costaban 0.20", murmuró recordando lo que había aprendido.
Mientras tanto, Dayana le decía:
"¡Buen trabajo, Liz! ¡Lo estás haciendo genial!"
Con nerviosismo pero decidida, Liz extendió las manos hacia la caja y enumeró las monedas que estaba entregando. La dueña de la tiendita le dio una sonrisa cálida y la felicitó por su valentía.
"¡Excelente trabajo, Liz! Aquí tienes tus caramelos", dijo la dueña con alegría.
Liz, emocionada, sintió los caramelos y se llenó de alegría. Había superado un gran obstáculo con la ayuda de sus amigos. Todos celebraron su logro con risas y abrazos. Sin embargo, el día aún guardaba sorpresas. Mientras disfrutaban de sus caramelos, el maestro de educación física entró en el aula pidiendo voluntarios para una competencia.
"Vamos a realizar una carrera de obstáculos, pero de una forma especial. Tres grupos competirán, y uno de sus integrantes será invidente, así tienen que guiarlo correctamente", explicó.
Los amigos de Liz se miraron, y decidió que quería participar.
"Yo puedo hacerlo, pero necesitaré que ustedes me guíen", les dijo con firmeza.
Ruth, Estefani, Eduardo, Luis y Dayana se organizaron rápidamente para ayudarla. Iban a ser su voz y su guía.
Así que empezó la carrera. Liz fue la primera en correr. Cada vez que llegaba a un obstáculo, escuchaba las voces de sus amigos.
"¡Izquierda, Liz!", gritó Luis.
"¡Salta!", dijo Dayana.
Con la voz de sus amigos guiándola, Liz sintió que podía volar. Corrió, saltó y siguió hacia la meta. Cuando cruzó la línea de llegada, todos la recibieron con aplausos y abrazos.
"¡Lo hiciste, Liz! ¡Sos una campeona!", gritó Ruth mientras levantaba los brazos en señal de celebración.
Así, Liz no solo aprendió a usar sus monedas, sino que también descubrió el poder de la amistad y la colaboración. Juntos, demostraron que los obstáculos se pueden convertir en aventuras con un poco de apoyo y valentía.
Y así terminó la jornada, llena de risas, recompensas y una lección muy especial: con amigos al lado, todo es posible.
FIN.