Lobo y el Eco de los Miedos



Había una vez un hombre lobo llamado Lobo, que vivía en un edificio abandonado en el centro de la ciudad. Era un lugar muy peculiar, lleno de sombras, ecos y una historia que pocos recordaban. A pesar de ser un lobo grande y fuerte, Lobo tenía un corazón amable y deseaba hacer amigos. Sin embargo, la gente le temía, y él se sentía muy solo.

Una noche, mientras Lobo exploraba las habitaciones polvorientas del edificio, empezó a escuchar susurros. Eran voces que resonaban en la oscuridad, llenas de miedo y tristeza.

"¡Ay, no! ¡Qué miedo!" - decía una voz. Lobo se detuvo, intrigado.

"¿Quién está ahí?" - preguntó, asomando su hocico por la puerta de un viejo cuarto.

Nadie respondió, pero las voces continuaron hablando. Con coraje, Lobo decidió seguirlas. Quería entender de dónde venían esos miedos. Cuando llegó a una habitación, vio un grupo de pequeños ratones asustados.

"¡Lobo, vete!" - chillaron los ratoncitos. "A nosotros nos da miedo tu aspecto."

Lobo se sentó en el suelo, intentando parecer lo más amable posible.

"No voy a hacerles daño. Solo soy un hombre lobo que busca amigos. ¿Por qué tienen miedo?" - preguntó con suavidad.

Los ratoncitos se miraron entre ellos y uno de ellos, llamado Tito, reunió el valor para responder.

"Es que somos más pequeños y tú eres grande y animal. Nos asustas."

Lobo pensó por un momento. No quería asustar a nadie. En esa fracción de tiempo, tuvo una idea.

"Puedo mostrarles que no soy peligroso. ¿Quieren que hagamos un juego?" - les propuso.

Los ratones se miraron nuevamente, ahora llenos de curiosidad.

"¿Qué tipo de juego?" - preguntó Tito, un poco más confiado.

"¿Qué tal una búsqueda del tesoro? Puedo ayudarles a encontrar algo rico para comer."

Los ratoncitos se animaron y aceptaron la propuesta. Lobo llevó a los ratones a recorrer el edificio, mostrando las viejas habitaciones y revelando versiones divertidas de ellas. Conversaron durante el camino; Lobo les contó historias de noches bajo la luna llena, de lo que había visto en la ciudad desde lo alto y de su deseo de jugar como ellos.

"¡Miren!" - dijo Lobo al llegar a la cocina polvorienta. "¡Hay un montón de nueces!"

Los ratones se lanzaron a recolectar las nueces, riendo y jugando en medio de la emoción.

De pronto, Lobo escuchó nuevamente los susurros.

"¡Lobo! ¡Ayuda! ¡Estamos escondidos!" - gritó otra voz, que no pertenecía a los ratones. Era un pequeño gato callejero llamado Minino, que había quedado atrapado en una caja.

"¡No se preocupen! - dijo Lobo, decidido. - ¡Voy a ayudarte!"

Con un movimiento cuidadoso, Lobo levantó la caja y liberó a Minino.

"¡Gracias, Lobo! ¡Eres muy fuerte y amable!" - dijo Minino, limpiándose el polvo. "Tenía miedo de quedarme atrapado para siempre."

Lobo sonrió, y entonces propuso algo nuevo.

"¿Y si hacemos una gran fiesta con todos los animales del edificio? Podemos contar historias, jugar y compartir comida."

Los ratones y Minino adoraron la idea. Así, empezaron a invitar a otros animales que vivían alrededor: aves, ardillas y hasta una tortuga llamada Tuga, que tenía el mejor escondite.

"Nunca pensé que podríamos ser amigos, siendo tan diferentes" - dijo uno de los ratones.

"Las diferencias nos convierten en un grupo especial. ¡Hoy demostramos que podemos disfrutar juntos!" - exclamó Lobo, lleno de felicidad.

Cuando llegó la noche de la fiesta, el edificio abandonado se llenó de risas y alegría. Los animales contaron historias, compartieron comida y se divirtieron como nunca.

Desde ese día, Lobo ya no sentía soledad. Todos los animales del edificio habían vencido sus miedos, y entendieron que, aunque fueran diferentes, podían ser amigos.

Y así, el viejo edificio dejó de ser un lugar de terror para convertirse en un hogar lleno de vida, amistad y risas.

Desde entonces, todos aprendieron que lo que parece asustar a veces es solo un malentendido, y que ser diferente es lo que hace que la vida sea interesante y especial.

FIN.

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