Lola y el Jardín de la Amistad
Érase una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, vivía una niña llamada Lola. Lola era conocida en todo el barrio por su amabilidad. Siempre tenía una sonrisa en su rostro y estaba dispuesta a ayudar a cualquier persona que lo necesitara.
Un día soleado, mientras caminaba por el parque, encontró a un pequeño perro perdido, temblando de miedo.
"¡Oh, pobrecito! ¿Dónde está tu dueño?" - le dijo Lola, agachándose para acariciarlo.
Decidida a ayudar al perrito, Lola llevó al canino a su casa. Allí le dio de comer y lo dejó descansar.
"Voy a ponerle un nombre, lo llamaremos Max" - sonrió mientras el perro movía la cola contento.
Lola decidió que era hora de encontrar a Max su dueño. Así que, con una correa que había encontrado en casa, se aventuró a pasear a Max por el vecindario, preguntando a todos si lo habían visto.
Mientras caminaban, no conocían a una anciana que solía sentarse en el banco del parque. Ella lucía triste y sola, así que Lola se acercó:
"Hola, señora, ¿está todo bien?" - preguntó Lola con una voz suave.
La mujer, sorprendida, le respondió:
"Oh, querida, es sólo que me siento un poco sola. Mis hijos están lejos y los extraño."
"No se preocupe, señora. ¡Me encantaría hacerle compañía!" - ofreció Lola.
Se sentaron juntas, y Lola escuchó las historias de la señora sobre su juventud, mientras Max se acomodaba en sus pies. La señora sonrió por primera vez en días.
Volviendo al tema de Max, Lola se despidió de la anciana y siguió su búsqueda. Después de un rato, descubrió a un niño que parecía muy preocupado.
"¿Qué te pasa?" - le preguntó.
"He perdido a mi perro, se llama Max. ¡Estoy muy asustado!" - exclamó el niño.
Lola, emocionada, le dijo:
"¡Yo tengo a Max! ¡Lo encontré! Vení, te lo voy a llevar!"
Juntos corrieron hacia la casa de Lola, donde Max los estaba esperando, moviendo la cola. Cuando el niño vio a su perro, gritó de alegría.
"¡Max! ¡Te encontré!" - dijo mientras abrazaba al perro.
"Mirá, encontré un nuevo amigo, Max," - dijo Lola sonriendo.
Finalmente, el niño, que se llamaba Lucas, invitó a Lola a su casa.
"¿Quieres venir a jugar un rato?" - le propuso Lucas.
"¡Sí! Me encantaría!" - contestó Lola.
Desde ese día, Lola y Lucas se hicieron grandes amigos. Juntos jugaban, compartían historias y hasta ayudaban a los vecinos como Lola siempre había hecho. La amabilidad de Lola había creado un puente hacia una nueva amistad y un sentido de comunidad.
Un día, decidieron organizar un pequeño jardín comunitario en el parque, donde todos pudieran plantar flores y verduras. Invitaron a los vecinos a unirse y pronto la ciudad empezó a florecer de vida y colores.
El jardín se convirtió en un lugar donde todos se reunían, charlaban y disfrutaban. Todos aprendieron que los pequeños actos de amabilidad pueden cambiar la vida de los demás y unir a la comunidad.
Lola y Lucas aprendieron que la amistad se cultiva con amor, alegría y un poquito de esfuerzo, y que juntos podía hacer mágicas cosas, incluso a partir de un pequeño gesto de bondad. Al final, el jardín no solo fue un lugar hermoso, sino un símbolo de amistad y colaboración.
Y así, Lola siguió siendo la niña amable del pueblo, recordando a todos que cada pequeño acto de bondad cuenta, y que un solo corazón amable puede iluminar la vida de los demás.
Desde entonces, cada vez que alguien en el pueblo encontraba a un perro, o necesitaba ayuda, ellos siempre pensaban en Lola, la niña que les enseñó que ser amable es lo mejor que podemos hacer.
FIN.