Lola y el Poder de la Voz



Había una vez una niña llamada Lola, que vivía en un pequeño pueblo lleno de colores y risas. Pero a pesar de que el pueblo era alegre, Lola a menudo se sentía invisible, como si su voz se perdiera entre el ruido de los demás. La gente, siempre ocupada con sus asuntos, le decía qué hacer, cómo jugar y hasta qué pensar.

—¡Lola, ven aquí! ¡No juegues con eso! —le gritaba su maestra, doña Rosa, que siempre quería que los niños se comportaran de cierta manera.

Lola miraba a sus amigos jugar con sus ideas nuevas y creativas, pero ella se mantenía al margen, temerosa. Así que un día, al volver de la escuela, decidió que ya no quería ser la niña silenciosa. Ella quería gritar, quería hablar, quería compartir sus pensamientos.

—Voy a hacer algo diferente —se dijo a sí misma—. ¡Voy a hacer que mi voz se escuche!

Al día siguiente, Lola se armó de valor y fue a la plaza del pueblo.

—¡Hola a todos! —gritó con todas sus fuerzas.

Los habitantes del pueblo giraron sus cabezas sorprendidos, porque nunca habían escuchado a Lola hablar tan alto.

—Nunca más seré sumisa. ¡Hoy quiero que todos juntos hagamos algo creativo! ¿Qué les gustaría inventar? —dijo con una sonrisa.

Los niños comenzaron a murmurar y a ver la posibilidad de hacer algo divertido.

—¡Podemos construir una cabaña de cartón! —propuso Juanito, un niño con el que siempre jugaba.

—¡Y podemos hacer un mural con pinturas! —añadió Sofía, su mejor amiga.

Lola sintió una chispa de emoción recorrer su cuerpo. Todos esos pensamientos y sueños que había tenido, ahora podían hacerse realidad. Juntos, comenzaron a recolectar cajas, latas y colores. Los adultos, al principio, miraron con recelo.

—No se puede jugar así, eso no está bien —decía doña Rosa, preocupada.

Pero Lola no se dejó desanimar.

—¿Y si nos divirtiéramos? —preguntó a los adultos—. ¿Qué es lo peor que podría pasar?

Los adultos se miraron entre sí, sorprendidos. Nadie había puesto en duda las reglas hasta ese momento. Entonces, uno se animó.

—Bueno… durante la feria del pueblo podríamos hacer un espacio para su cabaña y el mural. Y si la cabaña se ve bonita, podríamos dejarla.

Lola se emocionó.

—¡Sí! ¡Hagámoslo! —gritó, y así, todos se unieron.

Día tras día, el pueblo se llenó de risas y colores. Las personas se acercaban a ver el progreso de la cabaña y el mural, y empezaron a comprometerse a participar de las actividades. Mientras tanto, Lola no solo construyó un lugar de juego, sino un medio para que todos compartieran idea y creatividad.

El día de la feria, la plaza estaba repleta de niños y adultos disfrutando de su trabajo.

—¡Miren lo que hicimos! —dijo Lola, mostrando a todos su cabaña.

—¡Es hermoso! —respondieron los niños.

Y así, Lola se dio cuenta de que su voz había inspirado a otras personas. La valentía para marcar la diferencia había hecho eco en el pueblo y, poco a poco, todos aprendieron a expresar sus ideas.

Desde ese día, no solo Lola se sintió visible, sino que también aprendió que cada voz cuenta y que todos podemos sumar, ser creativos y marcar la diferencia si nos atrevemos a hablar.

Así, el pueblito se transformó en un lugar lleno de risas, juegos y, sobre todo, de pláticas creativas.

Y Lola nunca volvió a ser la niña silenciosa, porque había encontrado el poder de su voz.

Porque a veces, solo se necesita un poco de valentía para inspirar a otros a ser valientes también.

FIN.

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