Lola y el Secreto Prohibido



Era un día soleado en el colegio de Lola. La maestra había planeado una divertida clase de educación física y todos los chicos estaban emocionados. Sin embargo, al final del día, algo diferente le ocurrió a Lola. Caminaba lentamente hacia su casa, la cabeza baja y los ojos llenos de lágrimas.

Cuando llegó a casa, su madre, con una sonrisa amplia, la recibió en la puerta. Pero nada más ver la tristeza en el rostro de Lola, su sonrisa se borró como si nunca hubiera estado ahí.

"¿Qué te pasa, mi cielo?" - preguntó su madre, mientras acariciaba su cabello.

"Nadie me entiende..." - sollozó Lola, dejando caer su mochila al suelo. "Me siento tan mal..."

Su madre se sentó en el suelo al lado de ella.

"Dicime, ¿qué sucedió en el colegio?" - instó.

Lola se quedó en silencio, dudando si contar o no lo que había pasado. Fue entonces que recordó lo que sucedió durante el recreo. Un grupo de compañeros, en una travesura, la había llevado a una esquina del patio donde estaba prohibido jugar. Ahí, entre risas, comenzaron a empujarla y a tocar su camiseta, y aunque no querían hacerle daño, ella se sintió muy incómoda.

"Es que... deberían haberme dejado en paz. No quería estar ahí..." - finalmente confesó, sintiendo que las palabras se deslizaban de sus labios con dificultad.

Su madre la miró con dulzura.

"A veces, los amigos no entienden que hay límites que no se deben cruzar. Es importante que te sientas bien y segura. ¿Por qué no hablamos con tu maestra sobre esto?" - sugirió.

Lola sintió un ligero alivio. Entonces, decidió que al siguiente día, iba a hablar con la maestra. En el aula, después del almuerzo, se acercó con un nudo en el estómago.

"Seño, ¿puedo hablar con usted un momento?" - pidió, sintiéndose nerviosa.

"Por supuesto, Lola. ¿Qué pasó?" - sonrió la maestra, sentándose al lado de ella.

"Es sobre algo que sucedió en el recreo..." - comenzó a contar, y mientras hablaba, se dio cuenta de lo importante que era compartir sus sentimientos. A medida que relatar su experiencia, se dio cuenta de que no estaba sola.

La maestra escuchó atentamente y al terminar lo que Lola le decía, su rostro se tornó serio.

"Gracias por contármelo, Lola. Lo que te ocurrió no está bien y es importante que nadie cruza la frontera de lo que es cómodo para otra persona." - dijo, tomando nota de lo acontecido. "Haremos una charla sobre respetar los límites de cada uno en el aula. Ya que, en nuestro colegio, todos tenemos derecho a jugar y sentirnos seguros."

Lola sintió una mezcla de felicidad y alivio. Sabía que había hecho la elección correcta al hablar del tema. Esa misma tarde, la maestra organizó una reunión con toda la clase, donde habló de la importancia de los límites, del respeto y de cómo todos deben sentirse cómodos y seguros en cualquier lugar.

Los compañeros de Lola pidieron disculpas, y aunque fueron solo niños, aprendieron juntos que a veces en la diversión se pueden cruzar límites sin darse cuenta.

"Lo siento, Lola. No quise hacerte sentir mal. Prometo que no volverá a suceder" - dijo uno de sus compañeros.

"Está bien... solo no lo hagan más, por favor" - respondió Lola, sintiéndose comprendida finalmente.

A partir de ese día, Lola se volvió más valiente y consciente de sí misma. Aprendió que no estaba sola y que siempre podía expresar cómo se sentía. Hizo nuevos amigos de verdad, que siempre la escuchaban y respetaban sus espacios.

La situación que había vivido se convirtió en una lección para todos en el aula. Todos aprendieron que el respeto, la comunicación y la empatía son esenciales entre amigos. Desde entonces, Lola se sintió más feliz en el colegio, sabiendo que su voz no solo era importante para ella, sino también para quienes la rodeaban.

Y así, Lola se convirtió en una defensora del respeto en su colegio, enseñando a otros niños a valorar no solo sus propios límites, sino también los de los demás. Y aunque a veces pueden surgir momentos difíciles, siempre hay una manera de solucionarlos con valentía y honestidad.

FIN.

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