Lola y la Capa Invisible



En un pequeño y colorido barrio de Buenos Aires vivía una niña llamada Lola, una pequeña de 4 años con una imaginación desbordante. Sus días estaban llenos de juegos, risas y aventuras, todo gracias a su especial capa invisible hecha de amor y empatía, que le había proporcionado su familia. Su papá, su mamá y su hermano mayor, Mateo, la habían envuelto con su cariño y comprensión, y así, cada vez que Lola se la ponía, ¡se sentía lista para enfrentarse a cualquier cosa!

Un día, mientras jugaba en el parque, Lola escuchó un rugido distante. Se congeló. "¿Qué fue eso?"- preguntó a Mateo, quien estaba leyendo un libro sobre dragones. "¡Es un dragón de verdad!"- exclamó Mateo emocionado. "¿Podemos ir a verlo?"- preguntó Lola con los ojos brillantes de curiosidad. Pero Mateo la miró con preocupación. "Los dragones son peligrosos, Lola. Pueden asustar a los niños."-

Sin embargo, la valentía de Lola era más fuerte que el miedo. Con su capa invisible puesta, sentía que podía enfrentar cualquier desafío. "¡Voy a ayudar a ese dragón!"- dijo con determinación. "Pero, ¿cómo?"- preguntó Mateo, sorprendido. "Con amor y empatía, ¡como me enseñaron ustedes!"- respondió ella, sonriendo.

Juntos, decidieron seguir el sonido del rugido. Cuando llegaron a un claro, encontraron a un dragón enorme, con escamas brillantes y grandes alas. Pero en lugar de fuego y furia, el dragón lloraba. "¿Por qué estás triste, dragón?"- preguntó Lola con su voz más suave.

El dragón dejó de llorar y miró a la pequeña. "Me siento solo. Todos me temen y no tengo amigos..."- dijó con un susurro triste. Lola sintió una punzada de empatía. "No tienes que estar solo. Vamos a jugar juntos!"- le propuso.

El dragón, sorprendido, miró a los hermanos. "¿De verdad querrían jugar conmigo?"- preguntó con incredulidad. "¡Claro!"- respondió Lola. Así que comenzaron a jugar al escondite, mientras Mateo hacía de juez. El dragón se dio cuenta de que no solo tenía fuerza y poder, sino que también podía ser divertido.

Mientras se divertían, los otros niños del parque comenzaron a acercarse, intrigados. "¡Mirá, un dragón!"- gritó uno de ellos. Pero en lugar de huir, Lola levantó su mano y sonrió. "Es un dragón especial, ¡vengan a jugar!"- invitó. Los niños, empujados por la curiosidad, se unieron a la diversión.

El dragón se sintió feliz. Las risas llenaron el aire mientras saltaban y correteaban juntos. Pero de repente, el dragón se asustó al ver a un grupo de gaviotas que volaban sobre ellos. "¡Ay, no! ¡Las aves!"- gritó el dragón, sintiéndose vulnerable nuevamente.

Lola, recordando su capa de amor y empatía, se acercó al dragón y le tomó una de sus garras. "No te asustes, yo estoy contigo. Las gaviotas solo vuelan. Ellas no quieren hacerte daño."-

El dragón respiró hondo y, con la valentía que Lola le transmitió, decidió mirar hacia arriba. Al ver a las gaviotas jugar en el cielo, comprendió que no había nada de qué temer. "Tal vez no son tan malas después de todo..."- murmuró.

Con cada aventura compartida, el dragón comprendió una valiosa lección: el amor y la empatía podían romper barreras y el miedo se desvanecía con una sonrisa. Desde entonces, se convirtió en un amigo del barrio. Los niños lo llamaron —"Drago" , y juntos vivieron muchas más aventuras.

Al final del día, Lola regresó a casa con una gran sonrisa en su rostro. "¡Mamá, papá! ¡Conocí a un dragón y ahora es nuestro amigo!"- Les relató emocionada. Sus padres la abrazaron con ternura, y Mateo apreció lo importante que era la empatía. "Todo tipo de seres pueden encontrar su lugar en el mundo, solo necesitamos un poco de amor."- concluyó Mateo.

Y así, con su capa invisible, Lola aprendió que las verdaderas batallas no son contra dragones, sino contra el miedo y la soledad. Y en cada aventura, su familia siempre estaría allí, apoyándola con amor y empatía.

FIN.

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