Los 10 niños de Tabladitas y la Escuela Mágica
En el pintoresco pueblo de Tabladitas, donde las casas eran de adobe y los árboles de eucalipto llenaban el aire de frescura, había una escuela antigua que había visto mejores días. Las paredes estaban cubiertas de dibujos de los niños de generaciones pasadas y su patio, lleno de flores, era el lugar perfecto para jugar. Sin embargo, a pesar de su belleza, la escuela necesitaba urgentemente una mano de pintura y un poco de cariño.
En esa escuela, había diez niños muy especiales: Susi, el alma de la fiesta; Juan, el inventor; Nati, la artista; Pablito, el aventurero; Lila, la escritora; Fede, el científico; Tato, el rescate de animales; Mica, la exploradora y los mellizos, Nico y Rosi, que compartían todo.
Un día, al volver de la escuela, Juan tuvo una idea brillante:
"Chicos, ¿no creen que podríamos hacer algo por nuestra escuela?"
"¿Qué podríamos hacer?" - preguntó Susi, con ojos brillantes.
"Podríamos organizar una recolecta para comprar pintura y materiales para arreglarla!"
"¡Genial! Pero necesitamos un plan" - sugirió Nati.
Así que los diez amigos se pusieron a trabajar. Al día siguiente, llevaron un cartel a la plaza del pueblo que decía: "¡Ayudanos a rescatar nuestra escuela!". La gente del pueblo se mostró interesada, y al principio ofrecieron cosas simples, como comidas caseras. Tato hizo una gran idea:
"¿Y si hacemos una venta de pasteles?"
"Sí, y de cosas que encontremos antigüas en casa!" - respondió Pablito.
Con entusiasmo, comenzaron a preparar su venta de pasteles y antigüedades. Pasaron semanas organizando y cocinando. Las ventanas de las casas olfateaban el aroma dulce de las tortas y las galletitas.
El gran día llegó, y el pueblo entero se reunió en la plaza. El stand de los niños estaba decorado con globos y dibujos que ellos mismos habían hecho. Los adultos compraron los pasteles y las antigüedades, mientras los niños animaban el ambiente con una coreografía.
"¡Más rápido, más rápido!" - gritaba Mica mientras los demás bailaban.
"¡Vamos, Tabladitas, a ayudar!" - añadía Lila recitando un poema sobre el valor de la educación.
El dinero recaudado fue más de lo que esperaban. Con gran emoción, se dirigieron a la ferretería del pueblo para comprar los materiales necesarios.
"¡Esto va a quedar espectacular!" - exclamó Fede mientras cargaban la pintura en una bicicleta.
"Sí, vamos a hacer que nuestra escuela brille de nuevo!" - afirmó Rosi, con su hermano Nico a su lado.
Días después, los niños empezaron a pintar y reparar la escuela, bajo la mirada admirada de los adultos. Todos se unieron por turnos a ayudar, trayendo más pinceles y brochas. Así fue como, en un abrir y cerrar de ojos, la antigua escuela empezó a transformarse en un lugar colorido y acogedor.
Mientras trabajaban, Nati sugirió:
"¿Por qué no hacemos una clase abierta para que los padres vean cómo queda nuestra escuela?"
"¡Sí! Y podemos mostrarles lo que aprendimos!" - dijo Juan.
"¡Qué buena idea!" - agregaron los mellizos con entusiasmo.
Finalmente, el día de la inauguración llegó. Todo el pueblo fue invitado. La escuela, ahora llena de colores y risas, brillaba con un aire renovado. Los padres estaban orgullosos de sus hijos y el director de la escuela, el señor López, elogió el trabajo de los niños:
"Gracias a todos ustedes, nuestra escuela ha cobrado vida nuevamente. ¡El cambio comienza con nosotros!"
"¡Sí! ¡Podemos lograrlo si todos ayudamos!" - gritaron los niños en unísono, mientras sonreían.
Esa tarde, la escuela de Tabladitas no solo se había transformado físicamente. Había renovado la esperanza y la unión de la comunidad. Cada niño se dio cuenta de que, trabajando juntos, podían cambiar su pequeño rincón del mundo. Aquella antigua escuela, que parecía olvidada, ahora era un faro de alegría y creatividad.
Y así, los diez niños de Tabladitas no solo rescataron su escuela; también inspiraron a sus vecinos a cuidar lo que era de todos, siendo siempre valientes y creativos. Y juntos, aprendieron que a veces las cosas más bellas surgen de las acciones más pequeñas con un gran corazón.
FIN.