Los 3 cerditos y el gran desafío del bosque
Había una vez, en un bosque muy lejano, tres cerditos llamados Pedro, Pablo y Lía. Ellos eran hermanos y, aunque se querían mucho, a veces discutían porque tenían ideas muy diferentes sobre cómo construir sus casas. Un día, decidieron que era hora de hacer sus propias viviendas.
"Yo voy a construir mi casa de paja porque es rápido y fácil", dijo Pedro con una sonrisa.
"Yo prefiero la madera, es más resistente", contestó Pablo, pensando en los días ventosos.
"Yo construiré mi casa de ladrillos", dijo Lía con determinación. "Quiero algo que dure y sea fuerte".
Los cerditos comenzaron a trabajar. Pedro terminó su casa de paja en un abrir y cerrar de ojos y, mientras saltaba de alegría, no pudo evitar burlarse de sus hermanos. "¡Miren qué rápido terminé!".
"Eso no importa, Pedro. La seguridad es más importante", le recordó Lía.
Mientras tanto, Pablo se esforzaba en levantar su casa de madera, actitud que tenía una mezcla de entusiasmo y cierta frustración. Lía, en cambio, seguía trabajando arduamente en su casa de ladrillos, que requería mucho más tiempo pero era más sólida.
Una vez que las casas estaban terminadas, los tres cerditos se sintieron orgullosos de sus logros. Sin embargo, pronto se enteraron de que en el bosque había un lobo astuto llamado Luis que tenía hambre y buscaba algo para comer. El lobo, al ver la casa de paja de Pedro, decidió comenzar por allí.
"¡Cerdito, cerdito! Déjame entrar", gritó Luis, golpeando la puerta con fuerza.
Pedro, asustado, respondió:
"¡No, no, no! ¡No quiero que me comas!".
Entonces, el lobo sopló y sopló hasta que la casa de paja voló en pedazos. Pedro corrió rápidamente hacia la casa de Pablo, mientras el lobo se reía.
"¡Vamos, Pablo! ¡Déjame entrar!", le pidió el cerdito, desesperado.
"¡Rápido! ¡Cierra la puerta!", respondió Pablo, pero el lobo ya estaba a la vista.
"¡Cerdito, cerdito! ¡Déjame entrar!", volvió a gritar el lobo.
"¡No, no, no! ¡No quiero que me comas!", contestaron ambos cerditos.
Luis, furioso, sopló y sopló, y en un instante también derribó la casa de madera. Asustados, los dos cerditos corrieron hacia la casa de Lía, quien los recibió con los brazos abiertos.
"¡Rápido, entren!", gritó Lía, mientras cerraba la puerta.
"¿Qué hacemos ahora?", preguntó Pablo, temblando de miedo.
"No se preocupen, estoy preparada para esto!".
Cuando el lobo llegó a la casa de ladrillos, intentó lo mismo que con las otras casas.
"¡Cerditos, cerditos! ¡Déjenme entrar!", llamó con voz amenazante.
"¡No, no, no! ¡No queremos que nos comas!", respondieron los tres cerditos juntos.
El lobo se enfureció y comenzó a soplar con todas sus fuerzas, pero la casa de ladrillos se mantuvo firme. Sus intentos desesperados de derribarla fueron en vano.
"¡Esto no puede ser!", gritó Luis, agotado.
"¿Por qué no puedo derribarla?".
Lía, al ver al lobo tan frustrado, decidió hablarle:
"Luis, ¿por qué estás tratando de derribarnos? No necesitamos resolver nuestras diferencias de esta forma. Podríamos hablar y encontrar una solución".
Luis, sorprendido ante la propuesta de Lía, se detuvo y la miró confundido.
"¿Hablar? ¡Nunca se me había ocurrido!".
Los tres cerditos invitaron al lobo a sentarse y le ofrecieron un poco de comida. Con el tiempo, Luis se dio cuenta de que podía tener amigos en lugar de solo llenar su barriga. Compartieron historias, risas y, lo más importante, encontraron una nueva manera de relacionarse.
"¡Nunca pensé que podría haber tanto más en la vida que tratar de asustar a otros!", dijo Luis.
Al final, los tres cerditos y el lobo se convirtieron en grandes amigos y aprendieron que a veces, el diálogo y la cooperación pueden superar el miedo y la tensión. Lía fue la que mostró a todos que, aunque las situaciones puedan ser complicadas, siempre hay un espacio para la comprensión y el respeto mutuo.
Desde ese día, el bosque fue un lugar más unido, donde todos aprendieron que la diversidad de ideas y la amabilidad siempre son la mejor opción. Y así, los tres cerditos y Luis vivieron felices y en armonía, disfrutando de la vida juntos.
FIN.