Los abrazos de Bryan



Había una vez un niño llamado Bryan que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas verdes. Aunque la naturaleza a su alrededor era hermosa, Bryan siempre estaba enojado. Su cara, habitualmente fruncida, podía asustar incluso a los pájaros que volaban por encima. A pesar de su enojo constante, había una cosa que siempre lo hacía sonreír: darle abrazos a su mamá.

Un día, mientras jugaba en el parque, Bryan se encontró con un grupo de niños que estaban jugando a la pelota. Al principio, él los miraba con ese ceño fruncido que lo caracterizaba y no quería unirse.

"¿Por qué no venís a jugar con nosotros, Bryan?" - le preguntó Tomi, un niño con una sonrisa radiante.

Bryan frunció el ceño. "No me interesa jugar. Estoy enojado."

"¿Y por qué estás enojado?" - le preguntó Sofía, que había estado observándolo desde un rincón.

"Porque no me gusta nada. ¡Todo me molesta!" - contestó Bryan, cruzando sus brazos.

Pero había algo en los ojos de sus amigos que lo hizo dudar. A veces, esos abrazos que le daba a su mamá no eran suficientes cuando sentía tanto enojo. Al día siguiente, mientras ayudaba a su mamá a preparar la cena, ella le preguntó:

"Bryan, cariño, ¿por qué siempre estás enojado?"

Bryan se encogió de hombros. "Porque no entiendo por qué todo me molesta."

Su mamá sonrió y lo abrazó cálidamente. "A veces, los sentimientos pueden ser confusos. Pero los abrazos ayudan a liberar todo eso. Te propongo algo. Cuando sientas enojo, intentá abrazar a alguien o a algo. Puede ser un cojín o incluso un árbol. ¿Te animás?"

Bryan pensó que era una idea rara, pero decidió intentarlo. Al salir a la tarde con su perro, Rocky, se encontró con un árbol gigante en el parque. Lo miró y dudó, pero decidió hacer caso a su mamá. Se acercó al árbol y, al abrazarlo, sintió algo extraño: algo que parecía una mezcla de calma y desahogo.

"¡Wow! Esto es diferente!" - exclamó, sintiendo cómo el enojo se deslizaba lejos de él.

A partir de ese día, Bryan usó su método especial cada vez que sentía enojo. Hacía una lista de cosas que lo molestaban y luego buscaba la manera de dejar ir esos sentimientos. A veces abrazaba a su mamá o a Rocky, y otras veces simplemente apretaba su cojín contra su pecho.

Los días pasaron y Bryan notó que su sonrisa se hacía más grande. Decidió intentar jugar con los otros niños del parque. Cuando se acercó, no podía creer lo que estaba sintiendo...

"¿Puedo jugar con ustedes?" - preguntó tímidamente.

Los niños se sorprendieron y se miraron entre sí. "¡Claro, Bryan! Vení, te necesitamos en nuestro equipo!" - respondió Tomi.

El juego fue muy divertido. Bryan comenzó a reír y, por primera vez, se dio cuenta de que sus problemas no eran tan grandes como parecían. Al final de la tarde, sintió que algo había cambiado.

Esa noche, antes de dormir, abrazó a su mamá y le dijo:

"Mamá, creo que ya no quiero estar enojado. Empezaré a abrazar más."

Su mamá lo miró con ternura. "Eso me alegra, Bryan. Recuerda, los abrazos tienen el poder de cambiar nuestros sentimientos."

Y así, Bryan se convirtió en un niño más feliz. Aprendió que está bien sentir enojo, pero también descubrió que podía cambiarlo con un simple abrazo. Desde ese día, en lugar de fruncir el ceño, decidió abrir los brazos, no solo para abrazar a su mamá, sino también para abrazar la vida con alegría.

FIN.

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