Los amigos del bosque
Era un soleado día en la ciudad de Buenos Aires, cuando un grupo de niños jugaba alegremente en un parque. Cada uno de ellos tenía una particularidad que los hacía únicos, aunque no todos los que pasaban por ahí lo entendían. Un día, un joven llamado Lucas llegó al parque, un poco confundido y sin saber dónde ir. Miró a los niños y se preguntó por qué estaban tan concentrados en su juego, a pesar de que a veces parecían distraídos.
"¿Qué raro?", pensó Lucas, acercándose. En ese momento, una niña llamada Sofía lo notó y decidió presentarse.
"Hola, yo soy Sofía y tengo un poquito de dificultad para planificar mis actividades. A veces me cuesta seguir un hilo conductor, pero me encanta encontrar maneras creativas de divertirme."
Lucas, algo perplejo, respondió: "¡Hola Sofía! No sabía que eso era posible."
Justo cuando Sofía terminó de hablar, se unió al grupo un niño llamado Mateo, que siempre había sido un excelente profesor para sus amigos.
"Hola, soy Mateo y tengo algunas dificultades en mis funciones ejecutivas. A veces me cuesta recordar tareas o decisiones. Pero tengo un talentoso compañero que me ayuda, puedo hacer listas y juntos podemos encontrar soluciones."
Lucas escuchaba atentamente, mientras sus dudas se transformaban en curiosidad.
"¡Eso es genial! ¿Cómo se ayudan entre ustedes?" preguntó.
Fue entonces que se acercó un niño más, llamado Tomás. Él estaba conocido por su gran empatía.
"Hola, soy Tomás, una de mis características es que a veces me cuesta entender cómo se sienten los demás. Pero siempre estoy ahí para ayudar. Una vez, con el grupo, hicimos un círculo y compartimos cómo nos sentíamos; eso nos ayudó a conocernos mejor."
Lucas, cada vez más intrigado, le preguntó a todos:
"¿Y si un día llegan a un conflicto? ¿Cómo lo manejan?"
Sofía respondió finalmente:
"Siempre hablamos. Nuestras características son especiales, pero también juntos formamos un equipo. Nos escuchamos y buscamos soluciones. A veces nos tomamos un recreo para relajarnos y pensar."
Los niños estaban tan emocionados compartiendo sus historias que de pronto, sin darse cuenta, una nube oscura cubrió el sol y comenzó a llover. Lucas se asustó un poco, y exclamó:
"¡Oh no! La lluvia! ¿Qué vamos a hacer?"
Mateo, recordando la importancia de la planificación, propuso:
"Podemos construir una casa de juegos con las cosas que tenemos a mano. Debemos trabajar juntos."
Tomás, con su capacidad empática, ayudó en el proceso:
"Puedo ayudar a aquellos que puedan sentirse inseguros. Juntos, podemos encontrar un lugar donde podamos refugiarnos de la lluvia."
Así, entre risas y algo de cierta tensión, los cinco niños buscaron ramitas, hojas grandes y piedras. Se dispersaron un poco, y en medio del caos, Lucas comenzó a entender que no importaba qué dificultades tenían, ellos sabían cómo organizarse y crear algo especial, y esa experiencia lo deslumbraba.
Después de un rato, levantaron una carpa improvisada donde podían resguardarse mientras la lluvia pasaba. Lucas se sintió inspirado por la creatividad y la colaboración del grupo.
Cuando la lluvia cesó, la nube se fue y un radiante arco iris apareció en el cielo. Los niños salieron de su refugio con sonrisas brillando en sus rostros.
"¡Miren! El arco iris!", exclamó Sofía.
"Sí, eso significa que todo está bien y que la lluvia nos trajo algo hermoso", dijo Mateo.
La siguiente reflexión de Lucas fue clara:
"Jamás pensé que pasaría por un conflicto y terminaría tan divertido. Chicos, son increíbles, ¡nos han enseñado tanto!"
Al despedirse, Lucas se despidió con una sonrisa, sintiendo que había aprendido a ver más allá de las diferencias, reconociendo que, aunque cada uno tuviera sus características particulares, juntos podían formar un grupo imbatible. Después de todo, las diferencias eran el ingrediente más importante de su amistad.
Y así, aquel día, Lucas no solo se fue con un nuevo grupo de amigos, sino también con una lección que lo acompañaría para siempre: la diversidad enriquece la vida y cada desafío puede ser una oportunidad para aprender.
FIN.