Los Amigos del Cerro



Había una vez, en un cerro cubierto de árboles densos y un sinfín de animales, un niño llamado Mateo. Mateo no tenía muchas cosas, pero tenía algo que valía mucho: el amor de sus cinco gatos y su perrito, Chispa.

Mateo vivía en una pequeña cabaña que él mismo había construido con madera recolectada del bosque. Sus cinco gatos, a quienes les puso nombres divertidos, lo acompañaban siempre: Pancita, la más gordita; Rayo, que era muy rápido; Luna, que tenía pelaje blanco como la nieve; Nube, que siempre estaba jugueteando, y finalmente, Tigre, que era muy curioso. Y por supuesto, Chispa, su perrito, que le regalaba a Mateo mil sonrisas al día.

Un día, mientras jugaban al borde de un arroyo, Mateo se dio cuenta de que tenía muchas ganas de conocer el bosque que rodeaba su hogar. Sin pensarlo dos veces, decidió aventurarse con sus amigos.

"Chispa, vení, vamos a explorar el bosque", dijo Mateo emocionado.

"¡Guau!", respondió Chispa saltando de alegría.

Los gatos, al principio, se mostraron indecisos, pero pronto la curiosidad ganó y los siguieron saltando y corriendo. Al adentrarse en el bosque, los colores del lugar los asombraron. Sin embargo, también comenzaron a escuchar ruidos extraños que los pusieron un poco nerviosos.

"¿Escucharon eso?", preguntó Pancita, mirando a todos con los ojos abiertos como platos.

"No se preocupen, son solo los animales del bosque", respondió Mateo, tratando de sonar valiente.

De repente, apareció un grupo de animales que no se veía amable: un zorro astuto, un puma roncando y un cuervo hablador que llenaba el aire con sus grazia.

"¡Hola! ¿Qué hacen aquí, chicos?", preguntó el cuervo con un tono burlón.

"Solo exploramos nuestro hogar", respondió Luna, alisándose su pelaje.

"¿Creen que son lo suficientemente valientes para entrar a la cueva de los secretos?", se burlo el zorro.

Mateo miró a sus amigos; el miedo lo invadió, pero también sabía que no podía dejarse vencer por los animales malvados.

"¡Sí! ¡Nosotros podemos!", exclamó, tratando de sonar más convencido. "Vamos a demostrarles que no hay que tener miedo".

Con un profundo suspiro, se acercaron a la cueva que parecía oscura y misteriosa. Al entrar, todo se volvió extraño; el eco de sus pasos resonaba y una sombra se movía rápidamente.

"¿Qué fue eso?", dijo Rayo temblando.

"No lo sé, pero tenemos que ser valientes", respondió Mateo.

Al avanzar, encontraron un objeto brillante en el suelo. Era un hermoso collar de gemas que pertenecía a algún animal del bosque. Mateo decidió recogerlo.

"¿Qué es esto?", preguntó Nube curiosa.

"Tal vez pertenece a alguien y tenemos que devolverlo", sugirió Chispa.

De repente, escucharon un rugido. Era el puma, que se acercaba rápidamente. En ese momento, Mateo y sus amigos se asustaron, pero Mateo recordó lo que siempre había aprendido de sus animales.

"¡Esperen! No debemos correr. Tal vez solo está asustado", dijo Mateo, tratando de calmar a todos.

"¿Qué hacemos?", preguntó Luna.

Mateo se armó de valor y, con el collar en la mano, se acercó al puma.

"Hola, señor puma", comenzó Mateo. "Encontramos esto y creemos que es suyo".

El puma detuvo su andar y miró el collar. Sus ojos se suavizaron.

"Es verdad, ¡gracias! No sabía que lo había perdido. Los animales del bosque deberían ser amigos, no enemigos", dijo el puma mientras tomaba el collar con cuidado.

Entonces, el zorro y el cuervo se sintieron avergonzados de sus propios comportamientos.

"Tal vez sean más fuertes si están unidos", dijo el zorro un poco avergonzado. "Podríamos jugar juntos en vez de pelear".

"¡Eso!", gritó el cuervo. "Sería mucho más divertido".

Mateo y sus gatos, junto a Chispa, aceptaron la invitación a jugar. Desde entonces, el bosque se convirtió en un lugar completamente diferente: todos los animales aprendieron a ser amigos, y Mateo descubrió que no solo necesitaba ser valiente, sino también amable.

Y así, todos los días, Mateo, sus cinco gatos y Chispa seguían explorando, jugando y descubriendo maravillas en compañía de sus nuevos amigos del bosque. Y así, el niño pobre que vivía en el cerro, encontró la verdadera riqueza: la amistad y el valor de ser valiente.

Fin.

FIN.

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