Los Amigos y el Misterio de la Montaña Encantada
Un día soleado, Israel, Thiago, Jeremías, Jhon y Nicol decidieron ir de excursión a la montaña cercana. Con sus mochilas llenas de provisiones y un mapa en mano, estaban listos para una aventura. Caminaban entre los árboles altos, el canto de los pájaros resonaba, y la emoción los envolvía.
"¡Miren ese arroyo!", exclamó Nicol, señalando un pequeño río que serpenteba por el bosque.
"Vamos a refrescarnos un poco", propuso Thiago, mientras todos asentían con entusiasmo.
Después de un descanso junto al arroyo, decidieron seguir explorando. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que se habían desorientado y se había perdido el sendero.
"¿Dónde estamos?", preguntó Jeremías, un poco preocupado.
"No pasa nada, sólo tenemos que seguir adelante", respondió Israel, tratando de mantener la calma.
Mientras caminaban, algo extraño comenzó a suceder. Primero, escucharon una risa suave y mágica que parecía venir de distintos lugares. Jhon, que siempre había sido el más valiente del grupo, se adelantó.
"¡Es solo el viento!", afirmó, aunque su voz sonaba un poco nerviosa.
Al seguir, encontraron un claro en el bosque. Allí, lo inesperado: un árbol gigantesco con un tronco anillado. De pronto, un destello de luz apareció en el lugar y unos pequeños seres brillantes comenzaron a danzar alrededor de ellos.
"¡Son ¡las luciérnagas del bosque!", dijo Nicol, maravillado.
"¿O tal vez son hadas?", sugirió Jhon, con ojos brillantes de curiosidad.
"¡Se ve que esta montaña tiene más de lo que parece!", comentó Thiago, entusiasmándose. Sin embargo, la risa mágica volvió a sonar. No sabían si debían seguirla o alejarse.
"Vamos a seguir la risa", propuso Israel con determinación.
Así, emprendieron el camino tras la melodía. Pero de repente, se encontraron frente a un río que nunca habían visto antes.
"¿El mapa no dice nada de este río?", preguntó Jeremías, revisando su mapa.
"¡Chicos! ¡Las hadas! Tal vez nos están guiando!", gritó Nicol al ver que las luces comenzaron a danzar sobre el agua.
Decididos, comenzaron a cruzar el río con cuidado. Pero en el medio, el agua de pronto empezó a brillar, y una voz suave y melodiosa resonó.
"¿Por qué buscan el camino perdido?", preguntó una de las luciérnagas.
"Estamos buscando regresar a casa", respondió Israel, un poco asustado pero decidido.
"Siempre hay que escuchar el corazón y las risas de la montaña. Si quieren volver, deben aprender a bailar como nosotras", dijo la luciérnaga danzarina.
Aunque parecía raro, decidieron intentarlo. Los cinco amigos se unieron y comenzaron a danzar al ritmo de las risas que resonaban en el aire. Al principio, se sentían torpes, pero poco a poco, se dejaron llevar por la música. Al final, cuando todos estaban bailando felices, un resplandor los envolvió y el claro empezó a girar.
Y en un instante, se encontraron de vuelta en el sendero de la montaña, justo donde habían comenzado su aventura.
"¡Lo logramos!", gritó Jhon, saltando de alegría.
"Es increíble cómo los momentos mágicos nos pueden ayudar", reflexionó Thiago.
Antes de regresar a casa, miraron hacia atrás y vieron que las luciérnagas brillaban más intensamente que nunca.
"No olvidaremos esta aventura", dijo Jeremías.
Y así, con el corazón lleno de alegría y magia, regresaron a casa, sabiendo que habían aprendido algo importante: a no tener miedo de lo desconocido y que con la amistad, cualquier aventura es posible.
Fin.
FIN.