Los Ángeles de María y Juan


Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina dos niños llamados María y Juan. Lo que nadie sabía era que cada uno de ellos tenía un ángel guardián que los protegía en todo momento.

María era una niña muy curiosa y valiente, siempre dispuesta a ayudar a los demás. Su ángel guardián se llamaba Aurora, y tenía el cabello dorado como el sol y alas tan blancas como la nieve.

Aurora velaba por María mientras jugaba en el parque o cuando estaba en la escuela. Juan, por otro lado, era un niño más tranquilo y soñador.

Su ángel guardián se llamaba Rafael, un ángel con ojos color miel y una sonrisa cálida que irradiaba paz y alegría. Rafael protegía a Juan cuando salía a pescar al río o cuando pasaba tiempo con su abuelo en el jardín. Un día, algo inesperado sucedió en el pueblo.

Una gran tormenta se acercaba rápidamente, trayendo consigo fuertes vientos y relámpagos. María estaba sola en casa mientras sus padres trabajaban en el campo, y Juan estaba pescando con su abuelo cerca del río.

- ¡Aurora! ¡Rafael! -gritó María mirando por la ventana mientras las primeras gotas de lluvia golpeaban contra el cristal-. ¡Ayúdenme! En ese momento, Aurora apareció frente a María con sus alas extendidas para protegerla de cualquier peligro que pudiera acecharla durante la tormenta. - No temas, María.

Estoy aquí para cuidarte -dijo Aurora con voz dulce mientras envolvía a la niña con sus alas protectoras. Mientras tanto, Juan y su abuelo luchaban contra las olas del río embravecido tratando de regresar a casa antes de que fuera demasiado tarde.

- ¡Rafael! ¡Necesitamos tu ayuda! -gritó Juan desesperado al ver cómo las aguas crecían rápidamente a su alrededor. En ese instante, Rafael descendió del cielo con una luz brillante que iluminaba el camino de vuelta a casa para Juan y su abuelo.

Con cada paso que daban, Rafael los guiaba seguramente hasta llegar sanos y salvos a tierra firme. La tormenta finalmente pasó, dejando atrás un arcoíris resplandeciente que llenó el cielo de colores vibrantes.

María y Juan se miraron asombrados por lo ocurrido esa tarde, sintiendo una profunda gratitud hacia sus ángeles guardianes por protegerlos en todo momento.

Desde ese día, María y Juan supieron que nunca estaban solos; tenían a Aurora y Rafael velando por ellos desde lo alto del cielo. Y así continuaron viviendo aventuras emocionantes bajo la mirada amorosa de sus fieles protectores.

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