Los anteojos mágicos de la princesa Sofía
Había una vez en el bullicioso barrio de Palermo, en Buenos Aires, una princesa curiosa y valiente que se llamaba Sofía. Un día soleado mientras paseaba por las coloridas calles de Palermo, observó algo brillante en el suelo.
Se agachó y descubrió un par de elegantes anteojos con montura dorada. Sofía levantó los anteojos y miró a su alrededor, pero no vio a nadie que pareciera ser su dueño.
Decidió llevarlos consigo para encontrar al propietario más tarde. Mientras caminaba hacia el barrio donde vivía, pensaba en cómo sería la persona que había perdido esos anteojos tan especiales.
Al llegar a su hogar en el hermoso barrio de Recoleta, Sofía decidió preguntar a sus amigos si alguien había perdido unos anteojos. Pero ninguno parecía reconocerlos. Entonces, tuvo una idea:"¿Y si publico un aviso en el periódico local para encontrar al dueño de estos anteojos?", se dijo a sí misma.
Así que al día siguiente corrió a la redacción del periódico y pagó por un pequeño anuncio con la esperanza de reunir a los anteojos con su legítimo propietario. Pasaron los días y nada sucedió.
Sofía empezaba a desanimarse cuando recibió una carta anónima que decía:"Querida princesa Sofía, Los anteojos que encontraste son míos. Perdí la vista hace muchos añosy sin ellos me siento perdido. Gracias por tu bondad y amor, por devolverme mi visióncon este gesto tan lindo.
"Sorprendida y emocionada, Sofía decidió visitar al anciano ciego para devolverle sus queridos anteojos. Cuando se conocieron, él le contó cómo esos lentes eran como sus ojos al mundo, cómo le permitían ver lo bello aunque fuera solo con la imaginación.
"Gracias, princesa Sofía", dijo el anciano con lágrimas en los ojos. "Eres un verdadero ángel enviado para recordarme que aún hay bondad en este mundo".
La princesa sonrió y comprendió entonces que los actos de bondad pueden marcar la diferencia en la vida de las personas. Desde ese día, ella se comprometió a ayudar a quienes lo necesitaran y siempre recordaría aquella lección: nunca subestimes el poder de un pequeño gesto amable.
Y así termina nuestra historia sobre la princesa Sofía del barrio de Palermo, quien aprendió que incluso un simple par de anteojos perdidos podían abrirle los ojos hacia nuevas formas de ayudar a otros y hacer del mundo un lugar mejor.
FIN.