Los Aventura-letras de la Escuela de Chiclín
Había una vez, en el pintoresco pueblo de Chiclín, una escuela llena de risas y travesuras. En el primer grado, había un grupo de niñitos muy inquietos, pero también muy queridos por su maestra, la señora Ana. Cada mañana, los pequeños se precipitaban al aula, listos para vivir aventuras.
La señora Ana, con su eterna sonrisa y su caja de sorpresas, siempre tenía nuevos juegos que enseñaban a leer y escribir de una manera divertida. En una de esas mañanas soleadas, decidió organizar un concurso de cuentos.
"Hoy vamos a hacer algo muy especial, chicos. ¡Un concurso de cuentos!" - anunció la maestra, mientras los ojos de sus alumnos brillaban de emoción.
"¿Podemos escribir historias sobre dragones?" - preguntó Lucas, el más inquieto del grupo.
"¡Claro! Pero recuerden, también debemos escuchar las historias de los demás mientras escribimos las nuestras" - respondió la señora Ana.
Los pequeños comenzaron a redactar sus cuentos, llenos de aventuras fantásticas, pero la cosa se complicaba un poco. Augusto, otro de los alumnos, no podía concentrarse. Se levantó de su asiento y comenzó a saltar por el aula.
"Augusto, ¿por qué no te sientas y escribís tu cuento?" - le pidió la maestra.
"Es que tengo muchas ideas, señora Ana, ¡y no puedo parar de pensar en el final de mi dragón!" - exclamó Augusto, emocionado.
La maestra decidió hacer algo diferente. Propuso un juego para ayudar a todos a canalizar su energía:
"Vamos a hacer una ronda. Cada uno contará una frase de su historia, y así podremos escuchar las ideas de todos. Luego, si desean, pueden escribir más sobre lo que han compartido".
Los chicos se acomodaron en círculo, y la señora Ana comenzó:
"Había una vez un dragón que vivía en un lago mágico..." - y así, cada uno empezó a agregar su propia frase.
Cuando le llegó el turno a Lucas, emocionado dijo:
"...y el dragón tenía una risa que iluminaba todo el bosque." - y todos rieron al imaginarlo.
El juego funcionó maravillosamente. Todos empezaron a escuchar las ideas de sus compañeros y a inspirarse mutuamente. La inquietud inicial se convirtió en un hermoso intercambio de creatividad. Al final de la ronda, hasta Augusto estaba sentado, con su libreta en mano, escribiendo con fervor.
"¡Este concurso va a ser el mejor!" - gritó Valentina, llenando su hoja de colores.
Con el tiempo, los alumnos se sumergieron tanto en sus historias que olvidaron la hora. La señora Ana, viendo que la creatividad había florecido, decidió que el concurso se extendería hasta el sábado. Pero antes, había algo muy importante que debían hacer.
"Primero, vamos a hacer una exposición de nuestros cuentos para que todos en la escuela puedan escucharlos. Es importante saber escuchar y disfrutar de las historias de los demás" - dijo, y todos asintieron entusiasmados.
El día del concurso llegó, y cada uno de los pequeños se paró frente a la clase, nerviosos pero felices. Con gran valentía, comenzaron a leer sus cuentos, llenos de dragones, hadas, y aventuras por doquier.
Cada historia era tan emocionante que incluso algunos padres se asomaron por la puerta para escuchar. Al final del día, todos esperaban la decisión de la señora Ana.
"Cada uno de ustedes es un ganador, porque pudieron escuchar, aprender de sus compañeros y compartir su propia creatividad. Así que, esta vez, habrá medallas especiales para todos" - dijo, mientras sostenía un manojo de medallas de colores.
Los chicos estallaron en aplausos, felices por el reconocimiento de su esfuerzo.
Esa semana, no solo aprendieron a leer y escribir mejor, sino también a escuchar y valorar las ideas de los demás.
"La escuela de Chiclín es mágica, por el poder de las historias y el amor por aprender" - reflexionó la señora Ana mientras veía a sus estudiantes jugar en el recreo, recordando que incluso los más inquietos pueden crear grandes cosas cuando se les da la oportunidad de escuchar y ser escuchados.
FIN.