Los Aventureros de Milo y Luna



Era un día soleado en el barrio de Villa Pelusa, donde vivían Milo, un perrito travieso que parecía tener un imán para hacer travesuras, y Luna, una perra que siempre estaba lista para jugar y hacer lío. Los dueños de ambos perros, Clara y Mateo, estaban siempre corriendo detrás de ellos tratando de mantener la casa en orden.

Un día, mientras Mateo estaba en la cocina preparando un almuerzo, Milo empezó a recorrer la casa dejando su huella de 'meones' por todos lados.

"Milo, por favor, no hacés caso de que debés salir al jardín a hacer tus necesidades. ¿No ves que estamos en casa?"- decía Clara, mientras limpiaba el último charquito en el pasillo.

Milo, moviendo su colita, respondía:

"Pero Clara, hay cosas mucho más interesantes dentro de casa, ¡como esos zapatos que tanto me gustan!"-

Mientras tanto, Luna estaba ocupada desarmando el sillón. Con cada zancada, parecía que el sillón se deshacía en un desfile de plumas y tela.

"¡Luna! No, no, no! Eso no se toca, por favor. ¡Sos una salvaje!"- exclamaba Mateo, mientras empezaba a juntar los pedacitos deshechos.

"Es solo un juego, Mateo. ¡Mirá qué divertido!"- respondía Luna, saltando feliz entre los restos del sillón.

Después de un rato de trifulca, un sonido fuerte resonó en el patio. Todos los perros del barrio se reunieron para ladrar y olfatear. Era un gran perro misterioso que había llegado, y se veía algo triste.

Milo levantó las orejas: "¿Qué está pasando?"-

Luna, aún llena de energía, dijo: "¡Vamos a averiguarlo!"-

Los dos salieron como un rayo y se acercaron al perro nuevo. Era enorme y tenía un pelaje gris oscuro, el perro no tenía dueño a la vista.

"¿Por qué estás tan triste, amigo?"- preguntó Milo, preocupado.

El perro les respondió con un susurro: "Me llamo Rad, no tengo hogar y estoy buscando a alguien que me quiera. Me perdí y no sé cómo regresar a casa..."-

Milo y Luna intercambiaron miradas.

"¡Podemos ayudarte!"- dijo Luna, moviendo la cola con entusiasmo.

"Sí, definitivamente podemos hacer algo al respecto. ¡Vamos a buscarte a tu dueño!"- agregó Milo.

Sin pensarlo más, los tres perros se aventuraron juntos en el barrio. Aunque Milo estaba más distrído con los olores y Luna no paraba de brincar, ambos estaban decididos a ayudar a Rad.

Esa tarde, con mucho esfuerzo y un sinfín de distracciones, lograron preguntar a los vecinos si conocían a Rad. Así, poco a poco, fueron uniendo pistas hasta que llegaron a la calle conocida por sus casas blancas.

"Ese es mi hogar, ahí está mi dueño!"- ladró Rad, emocionado. "¡Los encontré!"-

Milo y Luna no podían creerlo.

"Lo hicimos, amigo, ¡te ayudamos!"-

Rad corrió hacia su dueño, quien lo abrazó fuertemente y lloró de alegría.

"Gracias, pequeños héroes. No sé qué habría hecho sin ustedes"- dijo el dueño de Rad, acariciando a los tres perros.

De regreso a casa, Milo y Luna se miraron riendo.

"Hoy aprendí que a veces cuando hacemos muchos líos, como tú, terminé ayudando a un amigo, y eso me hace feliz"-

"Sí, a veces hay que ser responsables, aunque hacer lío sea más divertido. ¡Y verás que no todo se arregla solo!"- dijo Luna con una sonrisa.

Desde ese día, Milo empezó a hacer sus cosas en el jardín y Luna a pensar dos veces antes de romper algo, porque ser travieso no significa no ser buen amigo. Juntos, aprendieron a ser un poquito más responsables y a disfrutar de la amistad. Y aunque a veces siempre metían la pata, sabían que siempre podían contar uno con el otro.

FIN.

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