Los buenos modales de Papito
Había una vez, en un pequeño barrio lleno de risas y juegos, un niño llamado Lucas. Lucas adoraba jugar al aire libre, correr con sus amigos y explorar el mundo que lo rodeaba. Pero había un pequeño inconveniente: su papá, al que él cariñosamente llamaba Papito, tenía un sentido del humor muy particular.
Cada vez que Lucas se caía y se hacía daño, Papito se reía a carcajadas.
"¡Mirá cómo se cayó! ¡Es un experto en piruetas!" - decía con una risa contagiosa.
Esto hacía que Lucas se sintiera triste.
"Papito, me duele y lloro. No es gracioso" - le decía, mientras se limpiaba las lágrimas con las manos.
Pero Papito no lo entendía del todo. Creía que era una manera de hacer que Lucas no se tomara las cosas tan enserio. Así que un día, después de una caída particularmente dolorosa, Lucas decidió que era tiempo de que Papito entendiera.
Lucas se acercó a su papá y le propuso un juego.
"Papito, vamos a jugar a ser mimos" – dijo Lucas.
"¿A ser mimos? ¿Y eso qué es?" - preguntó Papito con curiosidad.
"Es fácil! Yo me caigo y vos fingís que te duele también, como si fueras un mimo!" - explicó Lucas, con una sonrisa traviesa.
Papito, divertido por la idea, aceptó. Entonces, cada vez que Lucas se tiraba al suelo cuchicheando en lengua de mimo, Papito hacía muecas exageradas como si también estuviera teniendo una caída. La primera vez que lo hizo, Lucas no pudo evitar reírse.
"Esto está buenísimo, Papito!" - exclamó Lucas mientras se secaba las lágrimas con risa.
Pero, en medio de la risa, Lucas se dio cuenta de algo muy importante.
"Papito, yo sé que a veces es para hacerme sentir mejor, pero cuando me caigo y no te ríes, me siento más apoyado. ¿No podrías probarlo?" - le dijo con un puchero.
Papito hizo una pausa y observó a su hijo. En ese momento, se dio cuenta de que habías muchas maneras de mostrar cariño.
"Tenés razón, pequeño. A veces me emociono cuando veo cosas divertidas, pero lo más importante es que te sientas bien. A partir de ahora, prometo que no me reiré cuando te caes, y en cambio intentaré ayudarte" – le dijo Papito, sonriendo con ternura.
Desde ese día, las caídas se volvieron diferentes. Cada vez que Lucas tropezaba, Papito se acercaba rápidamente.
"¡Cuidado, campeón! Todo está bien, levantate!" - le decía mientras le ofrecía su mano para ayudarlo a levantarse.
A veces, de tanto en tanto, a Papito también se le salvará una risa. Pero ahora, en lugar de burlarse, hacía algo que llenaba de alegría a Lucas:
"Hiciste una caída de campeón, ¡un aplauso para mi hijo!" - decía mientras aplaudía con entusiasmo.
Lucas se sentía valorado y querido, y sus risas se multiplicaron. Aprendió que hay maneras de reírse delas cosas, incluso de las que duelen, pero siempre con cariño.
Así, ambos aprendieron que los buenos modales no sólo son importantes en las palabras, sino en cómo haces sentir a los demás. Desde aquel día, Lucas y Papito se convirtieron en el dúo más divertido del barrio; uno ayudando y el otro nunca dejando de sonreír. Y también, aprendieron que el mejor humor siempre es aquel que llega después de una mano amiga.
Y así, con amor y risas, el pequeño Lucas supo que en su vida siempre tendría un Papito cariñoso y comprensivo, incluso cuando las caídas fueran inevitables.
Fin.
FIN.