Los Cerditos Dulces de Nueva Zelanda
En una pequeña granja de Nueva Zelanda, vivían tres cerditos llamados Tito, Lila y Pipo. Estos cerditos tenían algo en común: ¡les encantaban los dulces! Cualquier cosa que oliera a pastel, gomitas o caramelos los hacía bailar de alegría.
Un día, después de una lluvia torrencial que dejó todo un poco embarrado, Tito, Lila y Pipo decidieron escaparse de la granja. "¿Para dónde vamos?"- preguntó Lila, que estaba muy emocionada. "Escuche que en la aldea hay una tienda de dulces, ¡vamos a encontrarla y comer todo lo que podamos!"- dijo Pipo con su pancita sonando.
A medida que se adentraban en el bosque, se encontraban con charcos de agua que salpicaban su piel rosada. "¡Estamos mojados!"- se quejó Tito, mirando con desagrado sus patas embarradas. Pero a Lila le parecía divertido "¡Wiii! Es como un parque de diversiones"- y comenzó a saltar de charco en charco, provocando risas entre sus hermanos.
Después de un rato, los cerditos encontraron un cartel que decía: "¡Fiesta de dulces en la plaza del pueblo!". "¡Vamos, es nuestra oportunidad!"- gritó Lila. Sin pensarlo, comenzaron a correr hacia la plaza, pero antes de llegar, se encontraron con una gran tela de araña que cruzaba el camino.
"¡Qué miedo!"- dijo Tito mientras miraba la telaraña brillante. "No podemos retroceder ahora, ¡hay dulces ahí!"- contestó Pipo, que ya imaginaba los caramelos de colores.
Con un poco de miedo, Tito respiró hondo y dijo: "Voy a usar mi trompa para empujar la telaraña"-. Con un giro improvisado, el cerdito hizo un movimiento con su trompa y logró despejar el camino. "¡Lo hiciste, Tito!"- exclamó Lila asombrada.
Finalmente, llegaron a la plaza y vieron la tienda de dulces. Había galletitas, tortas, pirulines y, sobre todo, una montaña gigante de algodón de azúcar. "¡Miren eso!"- dijo Lila con los ojos como platos. Los cerditos se acercaron y empezaron a comer dulces a más no poder.
"¡Esto es increíble!"- gritó Pipo con la boca llena de gomitas. "Pero, espera, miren…"- dijo Lila, observando a algunos animales de la granja que estaban en una esquina triste. Era la vaca Clara, el gallo Pablo y la oveja Sofía. "¿Por qué están tan tristes?"- preguntó Lila.
"Nosotros también queríamos venir, pero no teníamos dinero para comprar dulces"- respondió Clara con un suspiro. Los cerditos se miraron entre sí y Lila exclamó: "No podemos dejar a nuestros amigos sin dulces!"-
"Tenés razón, Lila. Nunca es divertido disfrutar solos"- dijo Tito. Con una sonrisa, Pipo propuso: "Podemos compartir lo que tenemos"-. Y así lo hicieron. Llenaron un gran platillo con todos los dulces que habían recogido y corrieron hacia sus amigos.
"¡Toma, comer hasta que estemos felices!"- dijo Tito mientras repartía los dulces. Todos comenzaron a sonreír de nuevo al probar los sabores de los dulces. "¡Esto es lo mejor!"- exclamó Pablo, el gallo. Todos disfrutaron juntos, riendo y jugando en la plaza del pueblo.
Ese día, los cerditos aprendieron que compartir es una de las cosas más importantes, y que la verdadera felicidad está en disfrutar con los amigos. Mientras todos reían y se llenaban de golosinas, el sol apareció entre las nubes, iluminando sus sonrisas mojadas.
Al final del día, Tito, Lila y Pipo regresaron a la granja, un poco más sucios, un poco más felices, y con un gran secreto en su trompa: la dulzura de la amistad es más deliciosa que cualquier caramelo. Y así, los cerditos dulces de Nueva Zelanda vivieron felices, esperando su próxima aventura.
FIN.