Los colores de Elena
Había una vez en un pequeño pueblo a las afueras de la ciudad, una niña llamada Elena. Elena era una niña muy especial, ya que poseía un talento único para pintar.
Vivía con su mamá, su abuelita y su hermano menor en una casita acogedora cerca del bosque. Desde muy temprana edad, Elena se había dado cuenta de que las personas a su alrededor expresaban diferentes emociones.
A veces veía a su mamá preocupada por el trabajo, a su abuelita contenta cuando cocinaba sus platos favoritos, o a su hermanito triste cuando perdía uno de sus juguetes.
Un día, mientras observaba a su familia y amigos interactuar entre sí, Elena se preguntó qué eran esas cosas intangibles que hacían que las personas actuaran de cierta manera. No entendía qué eran las emociones y por qué tenían tanto poder sobre todos.
Decidió entonces tomar sus pinceles y comenzar a dibujar lo que veía en su mente: la tristeza como un profundo azul oscuro que invadía el lienzo, el enojo como un rojo vibrante lleno de rabia contenida, la felicidad como un amarillo brillante que iluminaba todo a su paso, el miedo como un negro intenso que parecía absorberlo todo y la calma como un verde tranquilo y sereno.
Con cada pincelada, Elena sentía cómo entendía mejor lo que significaban esas emociones y cómo podían influir en las personas. Pronto creó toda una colección de cuadros donde plasmaba cada emoción con sus colores correspondientes.
Un día soleado, mientras estaba concentrada en su arte en el jardín trasero de su casa, escuchó unos sollozos provenientes del otro lado del cercado. Era Martina, una niña del vecindario que siempre lucía triste pero nunca hablaba de sus sentimientos.
Elena se acercó con curiosidad y le preguntó qué le pasaba. Martina le contó sobre la tristeza inmensa que sentía desde hacía tiempo sin poder explicarlo.
Entonces Elena sonrió con cariño y le mostró uno de sus cuadros azules donde representaba la tristeza. "Mira Martina", dijo Elena señalando el cuadro azul profundo,"esta es la tristeza. A veces nos invade sin razón aparente pero está bien sentirse así. Lo importante es saber reconocerla para poder superarla.
"Martina miró maravillada el cuadro y sintió cómo algo dentro de ella se aliviaba al ponerle color y forma a lo que tanto le atormentaba.
A partir de ese día, Martina visitaba a Elena regularmente para aprender más sobre las emociones y cómo manejarlas adecuadamente. Juntas pintaban nuevos cuadros donde exploraban cada emoción y compartían experiencias personales para crecer juntas emocionalmente.
Con el tiempo, no solo Martina sino todo el vecindario empezó a conocer las obras maestras de Elena e incluso organizaron una exposición donde cada persona podía identificar sus propias emociones gracias a los colores vivos y expresivos utilizados por la pequeña pintora prodigio.
Elena comprendió entonces que las emociones eran parte natural de la vida humana y no debían ser ignoradas o reprimidas; más bien debían ser aceptadas con amor y comprensión para poder crecer interiormente.
Y así fue como Elena enseñó al mundo entero que los colores pueden hablar más fuerte que mil palabras cuando se trata de entender nuestras propias emociones.
FIN.