Los colores de la amistad


Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, un niño llamado Mateo que tenía una habilidad especial: podía ver las emociones de las personas en forma de colores brillantes a su alrededor.

Cada emoción tenía un color único y Mateo había aprendido a identificarlas desde muy temprana edad. Un día, mientras caminaba por la plaza del pueblo, vio a su amiga Sofía sentada en un banco con el ceño fruncido y rodeada de un aura gris oscuro.

Mateo se acercó preocupado y le preguntó qué le pasaba. Sofía le contó que se sentía triste porque sus compañeros de clase no la habían invitado a jugar con ellos.

Mateo entendió cómo se sentía Sofía al ver el color gris que la envolvía. Decidió ayudarla y juntos fueron a la biblioteca del pueblo en busca de respuestas.

Allí encontraron un antiguo diccionario de emociones que les mostró cómo expresar lo que sentían y cómo manejar esas emociones. "Sofía, cuando te sientes excluida como hoy, es importante comunicarles a tus amigos cómo te sientes para que puedan entenderte mejor", explicó Mateo. "¿Pero cómo hago eso?", preguntó Sofía con curiosidad.

Mateo sonrió y le sugirió escribir una carta honesta a sus amigos contándoles cómo se había sentido al no ser incluida en el juego. Juntos redactaron la carta, expresando los sentimientos de Sofía con palabras sinceras y respetuosas.

Al día siguiente, los compañeros de clase recibieron la carta de Sofía y se dieron cuenta del daño involuntario que le habían causado al dejarla afuera. Se disculparon con ella y le pidieron que se uniera a ellos en el recreo.

La sonrisa radiante de Sofía iluminaba todo su rostro mientras abrazaba a Mateo agradecida por su ayuda. A partir de ese día, Mateo comprendió aún más la importancia de los valores como la empatía, la amistad y la comunicación sincera.

Ayudar a Sofía también lo hizo sentirse bien consigo mismo, sabiendo que podía hacer una diferencia positiva en la vida de los demás simplemente siendo quien era.

Y así, entre colores brillantes y emociones compartidas, Mateo siguió creciendo como un niño especial que sabía escuchar, comprender y expresar lo mejor de sí mismo para hacer del mundo un lugar más cálido y acogedor para todos.

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