Los colores de Luna



Había una vez, en un pequeño pueblo, una niña llamada Luna. Ella era una chiquita llena de sueños y risas, pero desde hacía tiempo, había estado enferma. Luna pasaba sus días en una habitación blanca, con pocas visitas y poco sol. Su corazón estaba triste, ya que sentía que la vida exterior se desvanecía poco a poco.

Un día, mientras miraba por la ventana, vio algo extraordinario. Un grupo de chicas con camisetas de colores brillantes llegó a su vecindario. Las chicas sonreían, y llevaban en sus manos pinturas, brochas y muchas ganas de ayudar. Eran voluntarias que habían venido a embellecer el parque del pueblo.

Luna se emocionó al ver esas sonrisas y esos colores. "¿Querrán venir a pintarme el cuarto?", pensó. Con un susurro, decidió que tenía que hacer algo.

Cuando las chicas comenzaron a trabajar en el parque, Luna reunió todas sus fuerzas y subió unas escaleras que había en su casa. Al llegar al balcón, gritó:

- ¡Hola!

Las chicas levantaron la vista y le sonrieron.

- ¡Hola! ¿Quién es?

- Soy Luna y vivo aquí. Me encantaría que vinieran a pintar mi habitación, está tan blanca que me hace sentir muy sola.

Las chicas se miraron sorprendidas. Una de ellas, llamada Ana, respondió:

- Claro que podemos ayudarte, Luna. Pero primero, ¿te gustaría que vinieras al parque con nosotras para que elijas los colores?

Luna sintió que mariposas volaban en su estómago.

- El parque... ¡Sí!

Pero había un problema. Luna no podía bajar sola. Entonces, Ana y sus amigas decidieron ayudarla.

- No te preocupes, te vamos a ayudar.

Así que, con un poco de esfuerzo y ayuda, las chicas acompañaron a Luna hasta el parque. Cada paso que daba, su rostro se iluminaba. Por fin, ¡estaba afuera!

En el parque, Luna eligió colores vibrantes: azules, amarillos, naranjas y verdes.

- ¡Me encantan! ¿Puedo pintarlo yo?

Las chicas asintieron.

- ¡Por supuesto! ¿Qué quieres pintar primero?

Con su corazón lleno de felicidad, Luna empezó a pintar. Pasó horas riendo y creando, mientras el sol brillaba sobre sus cabezas. Las chicas también se unieron, y juntas llenaron ese parque de vida y colores.

Sin embargo, el tiempo pasaba rápidamente, y Luna se sintió un poco cansada.

- Chicas, creo que necesito un descanso.

Las chicas la llevaron a una sombra fresca del parque.

- ¡Estás haciendo un gran trabajo, Luna!

Después de un breve descanso, Luna sonrió y dijo:

- Me gustaría mostrarles un lugar mágico donde me gusta soñar.

Ana y las demás estaban intrigadas.

- ¿Dónde?

Siguió a las chicas hacia un pequeño bosque cercano. En el centro, había un árbol gigante que parecía tocar el cielo.

- Aquí es donde vengo a soñar y a contar mis historias.

Las chicas se sentaron junto a ella y Luna comenzó a contarles sobre sus aventuras imaginarias.

- Una vez, viajé por una nube de algodón de azúcar...

Las chicas escucharon atentamente, sorprendidas por su imaginación. Y así, el tiempo pasó, pero lo que más importó fue que Luna no se sintió sola ni triste.

Esa tarde, las voluntarias no solo pintaron un parque, sino que alegraron a una niña que había estado sola por tanto tiempo.

Cuando el sol comenzó a ocultarse, las chicas besaron a Luna y prometieron volver cada semana.

- Gracias por hacerme sentir viva.

Días pasaron, pero cada semana, las chicas regresaban. Con cada visita, Luna se sentía más fuerte. El color de su vida regresaba con cada rayo de sol. Poco a poco, se dio cuenta de que su enfermedad no la definiría por siempre. Con el cariño y la ayuda de sus nuevas amigas, el mundo volvió a llenarse de luz para ella.

Finalmente, un día, después de meses llenos de risas y amor, Luna miró al cielo y le dijo a las chicas:

- ¡Quiero pintar un mural en el parque!

Las chicas se alegraron y juntas planearon un hermoso mural que representara toda la alegría, la lucha y la amistad que habían compartido. Una verdadera obra maestra.

Y así, Luna aprendió que a veces se necesita un poco de ayuda y amor para sanar, y que no importa cuán oscura pueda parecer la vida, siempre hay una luz esperando brillar.

Con el tiempo, Luna ya no se sintió como antes. Había crecido, no solo en colores, sino en espíritu y amor. Su historia se convirtió en un cuento para recordar, una fuente de inspiración para todos los que la conocieron. Porque a veces la amistad y la creatividad pueden traer de vuelta a la vida los colores olvidados.

FIN.

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