Los colores del corazón



Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, una niña llamada Elena. Elena era una niña muy especial, le encantaba pintar todo lo que veía a su alrededor.

Vivía con su mamá, su abuelita y su hermanito Martín en una acogedora casita de colores brillantes. Un día, mientras Elena estaba en su cuarto dibujando flores y pájaros, su abuelita entró con una expresión triste en el rostro.

Elena se dio cuenta de inmediato de que algo no andaba bien. "Abuelita, ¿qué te pasa? Estás tan azul como el cielo en un día nublado", dijo Elena preocupada. La abuelita le explicó que se sentía triste porque recordaba a su esposo que ya no estaba con ellos.

Entonces, Elena tuvo una idea brillante. Decidió tomar sus pinceles y pinturas y crear un hermoso cuadro lleno de tonos azules para representar la tristeza de su abuelita. "Mira abuelita, he pintado la tristeza para ti.

Ahora cada vez que la sientas puedes mirar este cuadro y recordar lo mucho que te queremos", dijo Elena sonriendo. La abuelita abrazó a Elena con ternura y agradeció el gesto tan dulce de su nieta.

Desde ese día, el cuadro ocupó un lugar especial en la sala y cada vez que la abuelita se sentía triste, lo miraba y encontraba consuelo en él. Con el paso del tiempo, Elena siguió explorando las emociones a través del arte.

Pintó el rojo intenso del enojo cuando Martín le quitaba sus crayones sin permiso, o el amarillo vibrante de la felicidad cuando jugaba con su mamá en el jardín. Un día llegó al colegio una nueva maestra llamada Clara.

Clara tenía un aura serena y tranquila que contagiaba a todos los niños del salón. Un día durante clase de arte, Clara les propuso a los alumnos hacer un mural colectivo sobre las emociones.

Elena estaba emocionada por plasmar lo aprendido sobre las emociones en un gran lienzo junto a sus compañeros.

Cada uno tomó un color diferente: Tomás eligió el rojo para representar la alegría; Sofía escogió el verde para expresar la calma; Juan optó por el negro para simbolizar el miedo; y finalmente María seleccionó el amarillo para mostrar la felicidad. El mural quedó espectacular, era como un arcoíris lleno de emociones diversas pero complementarias.

Todos los padres quedaron maravillados al verlo durante la exposición escolar al final del año.

Elena aprendió muchas cosas ese año gracias al arte: aprendió a identificar sus propias emociones y las de los demás; comprendió que todas las emociones eran válidas y formaban parte importante de ser humano; pero sobre todo entendió que podía usar sus talentos para hacer feliz a quienes más quería.

Desde entonces, cada vez que alguien necesitaba comprender lo que sentía o simplemente alegrarse con colores vivos, acudían donde Elena quien con sus pinceles mágicos lograba transmitir paz e ilusión mediante sus obras. Y así, entre lienzos multicolores e historias compartidas entre risas y lágrimas transcurrió la vida familiar llena amor y creatividad.

FIN.

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