Los Colores del Sueño



Era un día soleado en la pequeña ciudad de Colortown, donde los caminos estaban llenos de risas y los edificios parecían pintados por un artista loco. En una de las esquinas, se encontraba la escuelita de arte, dirigida por un joven y apasionado profesor llamado Alejandro. Su especialidad era la teoría del color, y cada día, sus estudiantes entraban al aula con una chispa de inquietud y curiosidad que llenaba el aire.

"¡Buenos días, pequeños artistas!", exclamó Alejandro al entrar a la clase, su voz rebosante de entusiasmo.

"¡Buenos días, profe!", respondieron los niños, llenos de energía.

"Hoy vamos a aprender sobre el rojo, el color que simboliza la pasión. ¿Qué les inspira el rojo?", preguntó Alejandro, mientras mostraba una pintura vibrante de un atardecer.

Una niña llamada Lucía levantó la mano.

"¡A mí me gusta el rojo porque es el color de los corazones!", dijo, su carita iluminada por la emoción.

"¡Exactamente! El rojo puede ser alegría, amor, y hasta valentía".

Los alumnos escuchaban atentamente, mientras Alejandro les contaba historias sobre cómo los juglares medievales utilizaban el rojo para expresar sus emociones en la música.

Luego, uno de los estudiantes más callados, un niño llamado Mateo, interrumpió tímidamente:

"Profe, pero yo no sé dibujar… no puedo hacer lo que ustedes hacen".

Alejandro sonrió y se acercó a él.

"Mateo, todos somos artistas en diferentes maneras. ¿Qué te gustaría pintar si pudieras soñar sin límites?".

Mateo se quedó pensativo y dijo:

"Me gustaría pintar un dragón que vuela entre los arcoíris".

"¡Eso suena increíble! ¿Por qué no lo dibujas? No importa si no te parece perfecto. Lo importante es que te dejes llevar por la imaginación".

Mateo sonrió tímidamente y comenzó a dibujar. Sus compañeros lo miraron con curiosidad, y pronto una idea empezó a florecer en sus mentes. Ellos también querían volar y soñaron con sus propias creaciones extravagantes.

Así nació la idea de un mural. Alejandro decidió organizar un concurso para que cada uno pintara su propio sueño. Todas las paredes del aula se llenaron de colores y fantasías, hasta que el día del concurso llegó.

El mural que crearon fue tan impresionante que la directora decidió que tendría que estar en la entrada de la escuela para que todos lo vieran.

Pero lo que no sabían era que un grupo de robotizadores de colores había llegado a Colortown, buscando todos los colores del mundo para convertirse en seres grises y monótonos.

Una tarde, les llegó la noticia de que esos robotizadores estaban por llegar a sus puertas. Todos miraron a Alejandro asustados:

"¿Qué vamos a hacer, profe?" – preguntó Lucía.

"No podemos dejar que se lleven nuestros colores. El arte es una forma de soñar y necesitamos defenderlo" – dijo Alejandro, con determinación.

Armaron un plan. Con la ayuda de la comunidad, pintarían las grandes murallas de la ciudad en diferentes colores, creando un bello paisaje que pudiera deslumbrar a los robotizadores.

Cuando los robotizadores llegaron, quedaron tan impactados por la belleza de los colores que decidieron irse, dejando a Colortown en paz.

Después de esa experiencia, todos los estudiantes comprendieron el valor del arte y de soñar, y lo compartieron con otros para que siempre recordaran que los colores del mundo están en la imaginación de cada uno.

"Gracias, profe - le dijo Mateo a Alejandro - por enseñarnos que nuestros sueños pueden vivir en el papel y que no hay límites para nuestra creatividad".

"Siempre recuerden, pequeños artistas, que lo imposible solo es una idea resistente, pero con colores y sueños, podemos transformarlo en posible." – concluyó Alejandro, mientras miraba a su grupo de pequeños artistas, con una sonrisa llena de orgullo.

Y así, bajo el cálido sol de Colortown, los colores de los sueños nunca volvieron a desvanecerse, sino que brillaron más intensamente que nunca, en cada rincón de la ciudad.

FIN.

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