Los Conejitos del Abuelo



Era una tarde soleada en el pequeño pueblo de Villa Conejito, donde todos conocían al abuelo Fernando y sus adorables conejos. El abuelo tenía una hermosa granja, llena de flores coloridas y un enorme jardín donde sus conejitos jugaban y saltaban felices. Cada vez que los niños del pueblo pasaban por ahí, se detenían a mirar a los conejitos y a escuchar las historias que contaba el abuelo.

Una tarde, mientras los niños estaban sentados en una colina, uno de ellos, Lucas, levantó la mano y preguntó:

"Abuelito Fernando, ¿por qué tus conejitos son tan tiernos y juguetones?"

"Ah, querido Lucas", respondió el abuelo con una sonrisa, "es porque los quiero y cuido con todo mi corazón. Los trato con amor, les doy de comer, y ellos me devuelven alegría".

Los demás niños, que lo escucharon, se miraron unos a otros. Siguió hablando el abuelo:

"Unos días atrás, un pequeño conejo llamado Nino se escapó y estuvo perdido. Pasé horas buscándolo y aprendí que es muy importante cuidar a nuestros amigos, por pequeños que sean".

Al escuchar esto, Valentina, la más curiosa de los niños, dijo:

"Yo también quiero tener un conejo, abuelo. ¿Qué tengo que hacer para que sea tiernito y juguetón como los tuyos?".

El abuelo se sentó junto a ellos y explicó:

"Primero, necesitas mucha paciencia y amor. Los conejos son como nuestros amigos: necesitan tiempo para sentirse cómodos y felices. Si los cuidas, te devolverán todo el cariño".

De repente, la pequeña Clara, que hasta ahora había estado callada, se levantó y exclamó:

"Pero abuelo, ¿qué hacemos si un conejo se pierde como Nino?".

El abuelo pensó un momento y dijo:

"Esa es una gran pregunta, Clara. Lo más importante es no entrar en pánico y buscarlo con determinación. Todos podemos ayudar a un amigo en apuros, aunque sea chiquitito".

La conversación continuó, pero el cielo comenzó a nublarse. De repente, un fuerte trueno resonó, y los niños se sobresaltaron.

"¡No, no! El cielo se está poniendo feo", dijo Lucas, asustado.

"No se preocupen, mis pequeños", intervino el abuelo con una sonrisa tranquilizadora. "Los conejitos saben refugiarse cuando empieza a llover".

"¿Y si Nino no vuelve?" preguntó Valentina con preocupación.

"Si no vuelve, iremos a buscarlo. Siempre juntos, como buenos amigos. Cosas así nos hacen valiosos".

Al día siguiente, la lluvia había cesado, pero la inquietud por donde estaba Nino siguió presente entre los niños. Decidieron organizar una búsqueda y todos aportaron ideas. Lucas sugirió:

"Podemos hacer carteles y pedirle a la gente del pueblo que nos ayude. Pero, ¿y si hay un lugar donde no hay gente?".

"¡Esa es una buena idea!" dijo Clara.

"Por eso debemos buscar en los sitios que frecuenta como la huerta, el bosque y el prado".

Con cintas de colores y lápices, hicieron carteles y recorrieron el pueblo, preguntando a todos si habían visto a Nino. Pasaron horas buscando, pero nada. Estaban tristes, pero el abuelo los animó:

"No se desanimen, mis queridos. La esperanza y la amistad son más fuertes que cualquier tormenta".

Finalmente, cuando el sol comenzó a ponerse, Clara miró hacia la entrada del bosque y gritó:

"¡Chicos, miren!". Todos giraron y vieron a Nino saltando alegremente.

"¡Volvió!" exclamaron todos a la vez, corriendo hacia él.

El abuelo sonrió mientras abrazaba a su conejo –

"¿Ven? A veces, los pequeños amigos simplemente tienen sus propias aventuras. Pero siempre vuelven a casa, porque el cariño es un lazo muy fuerte".

Desde ese día, los niños aprendieron la importancia de cuidar y valorar la amistad, no sólo con los animales, sino también entre ellos. Comenzaron a ayudar al abuelo Fernando con sus conejitos, cuidándolos y dándoles amor. Juntos crearon un club de amigos, y cada semana, visitaban a los conejos y se turnaban para contarles historias. Ahora, cuando veían a los conejitos saltando en el jardín, recordaban que, como Nino, siempre había que cuidar a los que amamos, porque los lazos de cariño nunca se rompen.

FIN.

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