Los conejitos que no hacen caso
Érase una vez, en un hermoso claro del bosque, un grupo de conejitos que vivían felices y despreocupados. Cada mañana, su mamá, la señora Coneja, les decía lo importante que era escuchar y seguir las reglas. Pero había tres conejitos: Lucho, Anita y Tito, que siempre hacían lo que querían sin prestar atención a su madre.
"¡Vamos a jugar al escondite!" - dijo Tito un día, saltando con entusiasmo.
"Pero mamá nos dijo que no debemos alejarnos del claro" - respondió Lucho, un poco inseguro.
"Es solo un rato, no le pasará nada. ¡Vamo'!" - insistió Tito, mientras Anita también lo alentaba.
Así que los tres conejitos decidieron ignorar las advertencias de su mamá y se adentraron al bosque.
Mientras tanto, en el claro, la señora Coneja miraba con preocupación a sus pequeños. "No es seguro que se alejen", pensaba para sí.
Los conejitos estaban teniendo un tiempo increíble jugando entre los árboles, brincando y riendo.
"Mirá cómo me escondo detrás de esta piedra," - dijo Anita, mientras se encogía detrás de una gran roca.
"Yo voy a contar hasta diez y los buscaré después," - gritó Tito, cubriendo sus ojos con las patitas.
Pero en su entusiasmo, los conejitos no se dieron cuenta de que se estaban alejando cada vez más de casa.
Cuando Tito terminó de contar, abrió los ojos y llamó:
"¡Listos o no, allá voy!"
Al comenzar a buscar, se dio cuenta de que no podía encontrar a Anita. Buscó detrás de árboles, piedras, y hasta en un arbusto, pero no había ni rastro de ella.
"¿Dónde se habrá metido?" - murmuró Tito, comenzando a sentir un poco de miedo.
Lucho, que había estado muy callado por un rato, comenzó a inquietarse también.
"Deberíamos regresar, Tito. Mamá nos dijo que no nos alejáramos..."
"¡Pero no podemos quitarlo, es un escondite! Aún debemos encontrar a Anita" - protestó Tito.
Después de un rato de búsqueda, finalmente, Anita salió de su escondite, pero estaba muy asustada.
"¡Los perdí de vista, chicos! Me da miedo estar sola en el bosque. ¿Dónde está la casa?" - dijo, con su vocecita temblorosa.
Lucho miró a su alrededor y se dio cuenta de que todo parecía diferente.
"No sé, creo que es por aquí..." Pero no estaba seguro.
"¿Y si nos encontramos un lobo?" - dijo Tito, palideciendo.
"No había pensado en eso..." - respondió Lucho, cada vez más preocupado.
De repente, escucharon un sonido detrás de ellos. Era el viento moviendo las hojas, pero en su imaginación, se convirtió en un gran lobo feroz.
"¡Corramos!" - gritó Anita, y los conejitos comenzaron a saltar rápidamente.
Después de un ratito de correr y buscando un lugar seguro, se dieron cuenta de que ya no sabían en qué dirección ir. Se habían alejado tanto que ni siquiera reconocían los árboles y arbustos que los rodeaban. La situación les parecía triste y dolorosa. Y entonces vieron una luz entre los árboles.
"¡Miren! Luz... Me parece que es el claro donde vivimos" - dijo Lucho, asomando la cabeza entre las ramas.
"¡Vamos!" - dijo Tito, emocionado.
Con mucho cuidado y siguiendo la luz, los tres conejitos corrieron en dirección a la casa. Después de un rato, lograron llegar hasta el claro donde su mamá estaba esperándolos con gran preocupación.
"¡Qué alegría verlos!" - dijo la señora Coneja, acercándose rápidamente con los brazos abiertos.
"Perdón, mamá, nos perdimos..." - dijeron los conejitos, con las orejas gachas.
"No quiero que vuelva a pasar. Las reglas son para cuidarlos y mantenerlos a salvo, lo hacen por su bien" - les explicó su mamá con voz seria, pero comprensiva.
Esa noche, mientras los conejitos se acomodaban en sus camas, Lucho le dijo a sus hermanos:
"Prometámonos escuchar a mamá de ahora en adelante. Lo que vivimos hoy no fue divertido. Estar perdidos fue aterrador".
"Sí, debimos haberla escuchado..." - asintió Tito.
"Y nunca volveremos a alejarnos" - agregó Anita.
Desde ese día, los conejitos aprendieron a escuchar y a hacer caso, y así, vivieron felices y aventureros, pero siempre dentro de los límites de su hogar, donde sabían que estaban a salvo.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.