Los Cuentos de Don Pablo y Doña Rosa



En un pequeño pueblo, había un simpático señor de 80 años llamado Don Pablo. Era conocido por todos, no solo por su venerable edad, sino porque siempre tenía una sonrisa en su rostro y un cuento divertido para compartir. Junto a él, su esposa, Doña Rosa, lo acompañaba en cada aventura. Ambos eran un dúo inseparable, disfrutando de la vida juntos en su acogedora casa.

Una tarde, mientras tomaban el té en el jardín, Doña Rosa le dijo a Don Pablo:

"Che, Pablo, ¿te acordás de aquel árbol gigante que había al final de la calle?"

"¡Cómo olvidarlo! ¡Era un lugar perfecto para jugar cuando éramos chicos!"

Entonces, decidieron hacer algo diferente: reencontrarse con su niñez.

Al día siguiente, se pusieron sus mejores zapatos y se dirigieron al viejo árbol. Cuando llegaron, se dieron cuenta de que el árbol ya no era tan grande como lo recordaban. Sin embargo, encontraron un banco cerca, y se sentaron a recordar juntos sus mejores momentos.

"¿Te acordás de aquel verano que nos pasamos nadando en el río?"

"Sí, ¡y cómo olvidarlo! Estábamos todo el día chapoteando y riendo. No teníamos preocupaciones en el mundo!"

A medida que compartían esos recuerdos, un grupo de niños pasó corriendo cerca y se detuvo al ver a Don Pablo y Doña Rosa. Uno de los más inquietos, Lucas, se acercó:

"Hola, abuelo, ¿qué están haciendo aquí?"

"Vení, pibe, vení. Estamos recordando viejas anécdotas. ¿Querés escuchar alguna?"

"¡Sí!"

Don Pablo decidió contarles la historia de su primer día de escuela.

"Era un día lluvioso y tenía miedo de no encontrar un lugar. Pero encontré un amigo en el primer recreo, y desde ese día nunca más estuve solo. ¡La amistad es lo más importante!"

Las risas resonaron entre los chicos, y algunos decidieron unirse a la historia.

"Pero, abuelo, ¿cuál fue tu aventura más loca?" preguntó Sofía, con los ojos llenos de curiosidad.

Don Pablo se quedó pensativo un momento.

"Había una vez, hace muchos años, que decidimos hacer una fogata en la playa. Pero, en medio de la noche, un cangrejo empezó a corretear y todos gritábamos de miedo. Terminamos corriendo hacia el agua y riendo a carcajadas cuando nos dimos cuenta de que había sido solo un pequeño cangrejo. ¡Las mejores risas son las que compartimos con amigos!"

Los niños reían a carcajadas. Al final de la tarde, Don Pablo y Doña Rosa se despidieron de los niños.

"¡Gracias, abuelo! ¡Tienen muchas historias divertidas!" gritó Lucas.

"Recuerden siempre que las risas son el mejor regalo que podemos compartir con otros."

La tarde pasó y, con el sol ocultándose, Don Pablo se dio cuenta de que hacer recuerdos era lo más hermoso. Decidió seguir visitando a los niños cada semana para contarles nuevas historias y aprender de ellos al mismo tiempo.

Con cada visita, la amistad entre Don Pablo, Doña Rosa y los niños creció, y cada nueva historia que contaba se transformaba en una lección de vida. Así, muchos de ellos aprendieron la importancia de la amistad, el respeto y el amor, cosas que jamás pasaron de moda.

La vida de Don Pablo y Doña Rosa estaba llena de luz, y al compartir su sabiduría, inundaron al barrio de alegría. Nunca es tarde para compartir, reír y aprender, sin importar la edad.

Y así, cada día se convertía en una nueva aventura, porque para los niños y para Don Pablo y Doña Rosa, el tiempo era solo un detalle. No hay mejor manera de vivir que rodeado de amor y amistad, y esa lección nunca dejan de contar en cada encuentro.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado, pero las risas y las historias de Don Pablo y Doña Rosa seguirán viva por mucho más tiempo.

FIN.

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