Los Derechos de Juan
En una pequeña aldea, había un joven llamado Juan. Siempre había sido curioso sobre el tema de los derechos y deberes de las personas. Un día, decidió preguntarle a su abuelo, “el sabio de la aldea”.
"Abuelo, ¿qué son los derechos y los deberes?" - inquirió Juan con sus enormes ojos llenos de curiosidad.
"Ah, querido Juan", respondió el abuelo mientras se acomodaba en su silla de madera, "los derechos son libertades básicas que todos tenemos. Son como un escudo que nos protege. Cada ser humano tiene derecho a ser tratado con respeto y dignidad".
Intrigado, Juan continuó preguntando:
"¿Y los deberes, abuelo? ¿Para qué sirven?"
"Buena pregunta, chico. Los deberes son como tareas que debemos cumplir. Son las responsabilidades que tenemos hacia los demás y nuestra comunidad. Así mantenemos el equilibrio y la armonía".
Este intercambio encendió una chispa en el corazón de Juan. Sin embargo, al ver que unos niños de su aldea estaban jugando sin prestar atención a los demás, sintió que debía hacer algo.
Una tarde, mientras todos jugaban en la plaza, Juan se acercó a ellos.
"¡Hola, amigos! ¿No creen que deberíamos respetar el turno de cada uno? Todos tenemos el derecho de jugar y divertirnos".
Los niños lo miraron, sorprendidos.
"Pero es más divertido jugar rápido, Juan" - dijo Tomás, uno de los más traviesos.
"Sí, pero si todos juegan sin respetar a los demás, nadie se divierte de verdad. ¡¿No les gustaría disfrutar todos juntos? !"
Al principio, no lo tomaron en serio, pero Juan no se rindió. Fue a casa y decidió hacer carteles sobre los derechos y deberes en el juego. Se armó con colores, cartulinas y mucha energía. Cuando terminó, se los mostró a sus amigos.
"Miren lo que hice. Este dice: 'Todos tienen derecho a jugar y a ser escuchados'. Y este: 'Nuestro deber es esperar nuestro turno y hacer que todos se sientan incluidos'".
Los niños miraron los carteles con asombro.
"¿Mirá, Tomás? Si seguimos así, no vamos a jugar nada en equipo" - dijo una niña llamada Ana.
"¿Y qué tal si hacemos una ronda para ver quién juega primero?" - propuso otro niño, Lucas.
"¡Sí! Cada uno tiene derecho a jugar su parte. ¡Es una gran idea!" - exclamó Juan con entusiasmo.
Así fue como, con la ayuda de Juan, los niños comenzaron a jugar de una nueva manera, incluyendo turnos y respeto por todos. De pronto, el ambiente se llenó de risas y gritos de alegría.
Un día, mientras jugaban, Juan notó que un niño nuevo había llegado a la aldea. Estaba solo y parecía triste.
"¡Hola! ¿Te gustaría jugar con nosotros?" - le dijo Juan entusiasmado.
El niño, que se presentó como Pedro, sonrió tímidamente.
"¿De verdad puedo unirme?"
"¡Por supuesto! Tienes derecho a jugar con nosotros. Además, necesitamos un jugador más para formar equipos".
Incorporaron a Pedro en el juego y todos se divirtieron mucho.
"Esto es genial, Juan. Gracias por ayudarme a entender" - le dijo Pedro.
"No hay de qué, amigo. Aquí todos tenemos derechos y deberes. Si seguimos así, la diversión será de todos".
A medida que el tiempo pasaba, Juan se convirtió en un líder en su aldea, siempre recordando a sus amigos sobre la importancia de los derechos y deberes. Su abuelo lo miraba orgulloso.
"Mira cómo has crecido, Juan. Has aprendido que aunque los derechos son importantes, cumplir con nuestros deberes es igualmente esencial" - le dijo el abuelo.
"Sí, abuelo. Nunca pensé que todos pudiéramos ser felices y jugar juntos si respetábamos a cada uno" - respondió Juan con una sonrisa.
Así, Juan no solo entendió lo que son los derechos y deberes, sino que también ayudó a su comunidad a entenderlo. Con el tiempo, se convirtió en un ejemplo para la aldea, mostrando que el respeto y la inclusión son la clave para la verdadera felicidad.
Y así, la pequeña aldea se llenó de un espíritu de amistad y camaradería, todo gracias a un joven curioso que decidió preguntar, aprender y hacer el bien a los demás.
FIN.