Los Derechos de los Pequeños



En un colorido pueblo llamado Arcoíris, donde las flores nunca dejaban de brillar y los árboles danzaban con el viento, vivían dos amigos inseparables: Sofía y Lucas. Ambos disfrutaban explorar y jugar en el parque. Un día, mientras jugaban a la escondida, Sofía encontró un viejo libro bajo un árbol. El libro tenía un título dorado: "Los Derechos de los Niños".

"¡Lucas, mirá lo que encontré!" - exclamó Sofía.

"¿Qué es eso?" - preguntó Lucas curiosamente.

"Es un libro que dice que los niños tienen derechos. ¡Deberíamos leerlo!" - dijo Sofía emocionada.

Tomaron lugar en su rincón favorito del parque y comenzaron a leer. Descubrieron que los niños tienen derecho a jugar, a aprender, a ser escuchados, a ser cuidados y a expresar sus opiniones.

"¿Sabías que tenemos derecho a ser escuchados?" - comentó Sofía.

"Eso es genial. A veces siento que los adultos no nos escuchan. Es como si nuestras ideas no importaran" - respondió Lucas pensativo.

Inspirados por lo que leyeron, decidieron que debían compartir esa información con sus amigos. Así que, al día siguiente, convocaron a todos sus compañeros en el parque.

"Chicos, ¡tenemos algo importante para contarles!" - gritó Lucas con entusiasmo.

Todos se acercaron, algunos con dudas en sus rostros. Sofía mostró el libro.

"Este libro dice que todos nosotros tenemos derechos. Y debemos asegurarnos de que se respeten" - explicó Sofía.

"Pero, ¿qué podemos hacer?" - preguntó Valentina, una amiguita que siempre quería ayudar.

"Podemos hacer un mural en el parque, donde cada uno escriba su derecho favorito" - sugirió Lucas.

"¡Eso suena divertido!" - exclamó Mateo, emocionado.

Así que, esa misma tarde, se pusieron manos a la obra. Colocaron una gran cartulina en la cerca del parque y empezaron a dibujar, escribir y pegar recortes de revistas. Todos participaban, riéndose y dejando su huella en el mural.

Cuando terminaron, se sentaron alrededor del mural, admirando su obra. Pero de pronto, apareció Don Ramón, el dueño del parque, con su cara de mal humor.

"¿Qué están haciendo, chicos? Este lugar no es un taller de arte" - dijo frunciendo el ceño.

"Pero Don Ramón, estamos mostrando nuestros derechos" - respondió Sofía, valiente ante la inesperada reacción.

"¿Derechos? Eso no tiene sentido, ustedes son solo niños" - replicó él, con desdén.

"Pero, Don Ramón, todos tenemos voz y opinión, ¡y eso es un derecho!" - dijo Lucas, nervioso pero decidido.

Don Ramón se quedó en silencio, observando al grupo de niños con sus murales llenos de color y alegría.

"Me parecen muy creativos, pero el parque debe mantenerse limpio" - argumentó al final.

"Podemos ayudar a cuidarlo, ¡si nos dejan mostrar lo que creemos!" - dijo Valentina, esperanzada.

Don Ramón frunció el ceño, pensativo.

"Está bien, si se comprometen a mantener el lugar limpio y respetar las reglas, pueden quedárselo" - dijo finalmente, sonriendo de a poco ante la seguridad de los niños.

Los peques estallaron en una risa colectiva, felices de haber podido expresar sus derechos de una forma creativa y respetuosa. Desde ese día, el parque de Arcoíris se convirtió en un lugar donde además de jugar, se aprendía sobre derechos y se compartía la opinión de todos.

Así, Sofía y Lucas se convirtieron en los mejores defensores de los derechos de los niños en su comunidad. Así supieron que cada voz cuenta, que cada idea importa, y que todos tienen un lugar en el colorido mural de la vida.

Y así fue como, en un pequeño pueblo, los niños aprendieron que pueden cambiar el mundo, un derecho a la vez.

FIN.

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