Los Derechos Humanos en la Aventura del San Nicolás



Era un día soleado en el colegio San Nicolás. Sus alumnos estaban más que emocionados, porque habían estado aprendiendo sobre los derechos humanos. La maestra Ana, siempre energética y entusiasta, se levantó y les dijo:

"¡Chicos! Hoy vamos a hacer algo especial. Vamos a salir al parque y a poner en práctica lo que aprendimos sobre nuestros derechos. ¿Quieren acompañarme?"

"¡Sí!", gritaron los alumnos al unísono, mientras saltaban de sus asientos.

Al llegar al parque, Ana les propuso un juego llamado "Defensores de los Derechos". Los alumnos fueron divididos en equipos y tenían que ayudar a un personaje ficticio a resolver una serie de problemas relacionados con los derechos humanos.

Un niño llamado Lucas, muy curioso, comenzó a leer el primer problema.

"Dice que una niña, llamada Sofía, no puede ir a la escuela porque su familia no tiene dinero. ¿Cómo podemos ayudarla?"

Las manitos se alzaron rápidamente. La pequeña Carla, siempre con ganas de aportar, dijo:

"¡Podemos organizar una colecta para ayudar a su familia!"

"Exacto, Carla! Eso es una forma de ayudar", respondió Ana con alegría. Los niños empezaron a pensar en ideas para la colecta, pintaron carteles y prepararon galletitas para vender y recaudar fondos.

Luego, el segundo problema llegó a las manos de Juan, que se emocionó al leerlo:

"Ahora encontramos a un niño, llamado Mateo, que no es tratado igual que los demás porque tiene una discapacidad. ¿Qué haríamos?"

"¡Lo invitaríamos a jugar con nosotros!", sugirió Sofía, una de las más empáticas del grupo.

Los demás asintieron, y Lucas propuso:

"También pediríamos al director que se asegure de que Mateo tenga todo lo que necesita para sentirse incluido."

Ana sonrió, orgullosa de ver cómo los chicos estaban comprendiendo la importancia de la inclusión. Después de varias rondas de problemas ficticios, todos estaban cansados, pero llenos de ideas y buenas intenciones.

De vuelta en el colegio, Ana les dijo:

"Estoy tan orgullosa de ustedes. Ahora vamos a hacer un mural en el patio con todas las ideas que tuvieron para defender los derechos de los demás. ¡Este será nuestro legado!"

Los días pasaron y cada uno de los alumnos contribuyó con su talento. Algunos pintaron, otros escribieron mensajes, y otros se encargaron de la música que iba a acompañar la inauguración del mural.

Finalmente, llegó el gran día de la presentación. Los padres, maestros y otros alumnos fueron invitados a ver el mural. Cuando todo estuvo listo, Ana tomó el micrófono y dijo:

"Hoy celebramos no solo un mural, sino nuestras ganas de ser mejores personas, de defender los derechos de todos. Recuerden siempre que los derechos humanos son para todos y que cada uno de nosotros puede hacer una diferencia."

"¡Viva los derechos humanos!", gritó un niño desde la multitud.

Todos aplaudieron y vitorearon, llenos de energía. En medio de la celebración, la madre de Mateo se acercó a Ana y le dijo:

"Nunca había visto a Mateo tan feliz en un lugar escolar. Ustedes realmente han hecho algo especial. Gracias por incluirlo."

Ana sonrió al ver la alegría en cada rostro. Ese día, los alumnos del colegio San Nicolás no solo aprendieron sobre derechos humanos, sino que los vivieron. Decidieron que siempre seguirían luchando porque cada niño, en cualquier lugar, tuviera su propio derecho a ser feliz.

Desde ese día, los alumnos del San Nicolás se convirtieron en verdaderos defensores de los derechos, llevando el mensaje a sus familias y amigos. Cada vez que veían una injusticia, recordaban que ellos podían marcar la diferencia, que en sus manos estaban las herramientas para cambiar el mundo.

Y así, en su pequeño colegio, un grupo de niños decidió que la aventura por los derechos humanos no había terminado, sino que apenas había comenzado.

FIN.

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