Los dones de la naturaleza



En un bosque encantado vivían cuatro animales vertebrados: un león llamado Leopoldo, un cocodrilo llamado Ciro, un sapo llamado Simón y un delfín llamado Damián.

A pesar de ser muy diferentes entre sí, todos compartían algo en común: envidiaban a las aves por su capacidad de volar. Un día, cansados de ver cómo las aves surcaban el cielo con gracia y libertad, decidieron que era hora de descubrir el secreto detrás del vuelo.

Se pusieron de acuerdo para preguntarle a diferentes aves cómo lo lograban.

Leopoldo, el valiente león, se acercó a una águila majestuosa y le preguntó: "¡Oh águila poderosa! ¿Cómo es que puedes volar tan alto?" El ave respondió con sabiduría: "Querido Leopoldo, tengo alas fuertes y ligeras que me permiten elevarme hacia los cielos. Pero recuerda, cada uno tiene sus propias habilidades únicas".

Ciro el cocodrilo no se rindió e interrogó a un colibrí brillante: "¡Colibrí veloz! ¿Cómo haces para volar tan rápido?" El pequeño pájaro contestó amablemente: "Mi cuerpo es ligero y mis alas son rápidas como latidos de corazón. Pero recuerda, la velocidad no siempre es lo más importante".

Simón el sapo saltó hasta una garza elegante y le dijo: "¡Garza grácil! ¿Qué puedo hacer para volar como tú?". La garza sonrió dulcemente y respondió: "Querido Simón, mi cuerpo es liviano y mis alas son largas.

Pero recuerda, cada uno tiene su propio camino en la vida". Por último, Damián el delfín nadó hasta una gaviota amigable y preguntó: "¡Gaviota audaz! ¿Cómo puedo volar si no tengo alas?". La gaviota se rió suavemente y dijo: "Damián, tú eres un maestro del agua.

Puedes nadar con gracia y elegancia. No necesitas volar para ser especial". Los cuatro amigos regresaron al bosque con nuevos conocimientos.

Se dieron cuenta de que cada animal tenía sus propias habilidades únicas y no debían envidiar a los demás. Desde ese día, Leopoldo se convirtió en el rey de la selva, Ciro disfrutaba de las aguas tranquilas del río, Simón saltaba felizmente entre los nenúfares y Damián exploraba los mares con alegría.

La moraleja de esta historia es que todos somos especiales a nuestra manera. No debemos compararnos ni sentir envidia de lo que otros pueden hacer. En cambio, debemos descubrir nuestras propias habilidades y aprovecharlas al máximo para encontrar nuestra felicidad.

Y así, los animales vertebrados aprendieron a valorarse a sí mismos por lo que eran y encontraron la verdadera libertad dentro de sí mismos.

FIN.

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