Los dragones de la emoción



Había una vez en un lejano reino, un grupo de valientes niños que se enfrentaban a una misión muy especial: aprender a manejar sus emociones con la ayuda de unos amigables dragones.

En ese reino mágico, cada niño tenía asignado un dragón que representaba una emoción diferente. Había un dragón rojo llamado Furia, que representaba la ira; un dragón azul llamado Tristeza, que representaba la tristeza; y un dragón verde llamado Miedo, que representaba el miedo.

Los niños debían aprender a controlar a estos dragones para poder vivir en armonía consigo mismos y con los demás.

Pero no era tarea fácil, ya que los dragones eran traviesos y tendían a descontrolarse cuando las emociones de los niños estaban alteradas. Un día, uno de los niños, llamado Juanito, se encontró en apuros cuando su dragón Furia comenzó a escupir fuego por todas partes debido a su enojo por no poder resolver un problema matemático.

Los demás niños corrieron asustados mientras Juanito intentaba tranquilizar a Furia. "¡Furia, cálmate! ¡No es bueno dejar que tu fuego nos haga daño!", exclamó Juanito con voz firme pero tranquila. Furia empezó a disminuir el fuego hasta apagarse por completo.

Juanito entendió entonces que era importante reconocer su ira y buscar maneras saludables de expresarla sin lastimar a los demás.

Poco después, llegó el turno de Martina, una niña dulce pero temerosa cuyo dragón Miedo se volvía enorme cada vez que sentía inseguridad al hablar en público. El miedo amenazaba con aplastarla bajo su peso abrumador. "¡Tranquila Martina! Recuerda lo valiente que eres y cómo has superado tus miedos antes", le animaron los otros niños mientras rodeaban al gigantesco Miedo.

Martina cerró los ojos y respiró profundo. Poco a poco, el tamaño del dragón fue reduciéndose hasta volver al tamaño normal. Martina aprendió entonces la importancia de enfrentar sus temores con valentía y confianza en sí misma.

Por último estaba Tomás, quien solía dejarse llevar por su amigo Tristeza cada vez que extrañaba a sus padres cuando estaban trabajando. Tristeza lo envolvía en una nube gris impidiéndole ver las cosas buenas que tenía a su alrededor.

"Tomás, tus padres te quieren mucho aunque no estén aquí todo el tiempo. Recuerda todos los momentos felices juntos", le recordaron cariñosamente sus amigos mientras rodeaban al entristecido Tomás.

Tomás sonrió entre lágrimas y abrazó a Tristeza transformándola en una bruma ligera llena de recuerdos amorosos junto a sus padres. Así comprendió la importancia de aceptar la tristeza como parte natural de la vida sin permitirle dominarlo por completo.

Al final del día, todos los niños habían logrado controlar a sus respectivos dragones gracias al apoyo mutuo y la comprensión hacia las emociones propias y las de los demás.

Juntos comprendieron que todas las emociones tenían un propósito y podían ser canalizadas positivamente si se les daba espacio para ser expresadas adecuadamente.

Y así, entre risas y abrazos sinceros, estos valientes niños demostraron al reino entero que el verdadero valor radica en saber gestionar las emociones tanto propias como las de quienes nos rodean para vivir en paz y armonía todos juntos.

FIN.

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