Los Duendes de Santa Cruz



En un rincón mágico del Parque Yo, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, vivían dos duendes traviesos llamados Duendito y Duendona. Eran primos y compartían un espíritu aventurero. Un día, mientras exploraban entre las flores y los árboles, escucharon una conversación entre un grupo de niños que jugaban en el parque.

"¿Sabías que el mundo está lleno de árboles y plantas que están en peligro de extinción?" - dijo Mariana, una niña de ojos brillantes.

"Sí, oí que hay que cuidarlos, pero no sé cómo podemos ayudar" - contestó Lucas, pensativo.

Los duendes, al escuchar a los niños, decidieron que era el momento perfecto para hacer algo especial. Duendito se giró hacia Duendona.

"¡Vamos a ayudarles a aprender a cuidar el medio ambiente!" - propuso con entusiasmo.

"Sí, pero necesitamos un plan. ¡Se me ocurre algo muy divertido!" - respondió Duendona, iluminada por la idea.

Ambos duendes comenzaron a reunir materiales del parque: hojas brillantes, ramas delgadas, y flores coloridas. Con todo esto, crearon un tablero de juego gigante en el suelo, donde los niños pronto se reunirían.

Cuando los niños volvieron a jugar, se sorprendieron al ver el tablero gigante con dibujos de árboles, animales y ríos.

"¡Miren esto, parece un juego!" - exclamó Mariana, emocionada.

Los duendes, ocultos detrás de un arbusto, setupanaron su primera prueba, la de explicarles la misión del juego.

"¡Hola, pequeños aventureros!" - dijo Duendito, apareciendo con un salto.

"Necesitan ayudar a salvar el bosque, cada paso que den les enseñará algo nuevo" - añadió Duendona, coqueteando con una flor.

Los niños, asombrados, comenzaron a escuchar a los duendes. Ellos les explicaron cómo podían sumar puntos y ganar el juego plantando árboles, recogiendo basura, y haciendo buenas acciones.

"Por cada árbol que planten, les daremos una estrella dorada. Al llegar a diez estrellas, haremos una fiesta en el parque para celebrar!" - dijo Duendito.

Los niños estaban entusiasmados y comenzaron su tarea. Sin embargo, mientras jugaban, notaron que un grupo de adultos estaba cortando algunos árboles del parque.

"¡Esos árboles son nuestro hogar!" - gritó Lucas, muy preocupado.

"¡No podemos dejar que se los lleven!" - añadió Mariana, decidida.

Los duendes, muy confundidos, decidieron ayudarlos a salvar a los árboles. Juntos, los niños y los duendes se acercaron valientemente a los adultos.

"¡Paren!" - gritó Lucas con toda su fuerza. "¡Esos árboles son parte de nuestro parque y de nuestro juego!"

Los adultos se detuvieron y miraron a los niños, sorprendidos por su valentía y determinación.

"Pero sólo son árboles" - respondió uno de ellos, encogiéndose de hombros.

"¡No!" - dijo Mariana con fuerza. "Son nuestra forma de vida, nos dan aire, sombra y hogar a muchos animales. Hay que cuidar de ellos!"

Los duendes, sintiendo que sus corazones brillaban con orgullo, se unieron a la causa.

"¡He aquí un poco de magia!" - exclamó Duendito, levantando su varita mágica que comenzó a brillar.

De repente, un resplandor verde iluminó el parque y todos pudieron ver la belleza del parque lleno de árboles y animales felices, antiguos y nuevos, conectados por un lazo de amor y respeto.

Los adultos se dieron cuenta de que los árboles eran más que solo madera y que eran parte importante de la comunidad.

"Lo siento, chicos. Tienen razón. Vamos a discutir alternativas para cuidar estos árboles" - admitió el adulto, mirando a los niños con respeto.

La emoción en el aire era palpable. Los niños aplaudieron y los duendes estaban felices de haber hecho la diferencia. Al final del día, hicieron una celebración con golosinas y risas.

"¡Gracias, Duendito y Duendona!" - dijeron los niños.

"¡Siempre estarán en nuestro corazón, los duendes guardianes del parque!" - concluyó Lucas, mientras todos bailaban bajo la luz del sol.

Y así, en el Parque Yo, no solo se hicieron duendes y niños, sino también guardianes del medio ambiente. Aprendieron que juntos, se podían hacer grandes cambios y que cada acción cuenta. Desde entonces, cada vez que veían una flor crecer, sonreían y recordaban que un pequeño acto puede tener un gran impacto.

FIN.

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