Los Duendes del Arrollo



Era un hermoso día soleado cuando dos amigos, Tomás y Pablo, decidieron aventurarse en el amplio bosque que se encontraba cerca de su casa. Estaban emocionados por descubrir nuevos lugares y, sin darse cuenta, se adentraron más de lo que planearon.

"¡Mirá, Tomás!" - dijo Pablo, señalando a un árbol especialmente grande y retorcido. "¡Seguro que hay un tesoro escondido ahí!"

"Sí, vamos a verlo" - respondió Tomás con una sonrisa. Pero, al poco tiempo, se dieron cuenta de que se habían perdido.

"¿Dónde estamos, Pablo?" - preguntó Tomás, mirando a su alrededor con preocupación.

"No tengo idea..." - contestó su amigo, asustado. "¡Esperá! Tal vez si seguimos ese ruido de agua, podamos encontrar el camino de regreso."

Así que siguieron el sonido del agua, que se hacía cada vez más fuerte. Al llegar a un arrollo cristalino, vieron a unos pequeños seres que estaban jugando en el agua. Eran duendes.

"¡Hola, chicos!" - gritaron los duendes, con risas alegres. "¿Qué hacen por aquí en lugar de jugar en el parque?"

Los chicos no podían creer lo que veían. Los duendes eran más pequeños que ellos, con orejas puntiagudas y camisetas de colores brillantes.

"Estábamos explorando y nos perdimos" - explicó Tomás.

"No se preocupen, nosotros los ayudaremos" - dijo uno de los duendes, llamado Lilo. "¡Vengan a jugar con nosotros en el agua!"

Sin pensarlo dos veces, Tomás y Pablo saltaron al arrollo, sintiendo la frescura del agua en sus pies. Los duendes nadaban y reían, creando burbujas y juegos divertidos. Pero de repente, uno de ellos se detuvo y dijo:

"¡Es hora de mostrarles nuestro hogar! ¡Vengan!"

Los duendes guiaron a los chicos hacia una pequeña cueva detrás de una cascada. Al entrar, los amigos quedaron maravillados por el lugar: la cueva estaba llena de luces brillantes y juguetes hechos de hojas y flores.

"¡Bienvenidos a nuestra casa!" - exclamó Lilo. "Aquí vivimos con alegría. Podrán quedarse todo el tiempo que deseen."

Tomás y Pablo se miraron entusiasmados, pero también sintieron un nudo en el estómago. Sabían que eventualmente tendrían que volver a casa.

"Es muy lindo aquí, pero extrañaremos a nuestras familias" - dijo Pablo.

Los duendes asintieron, comprendiendo sus sentimientos.

"Está bien, pueden volver cuando quieran. Pero también pueden aprender cosas maravillosas con nosotros. ¿Quieren saber cómo hacemos nuestros juegos y juguetes?" - preguntó Lilo.

Así que los chicos, con los duendes, empezaron a construir juegos hechos de ramas, hojas y piedras. Aprendieron a respetar la naturaleza y a cuidar de los animales. Cada día era una nueva aventura, y a veces, se sentaban alrededor de una fogata para escuchar historias de los ancestros duendes.

Un día, mientras estaban en la cueva, una tormenta comenzó a desatarse afuera. La lluvia caía con fuerza y los vientos soplaban. Los chicos se asustaron un poco.

"¿Estaremos a salvo aquí?" - preguntó Tomás, con preocupación.

"No se preocupen. Este lugar está protegido por nuestra magia" - respondió uno de los duendes, acariciando a Tomás en la cabeza. "La cueva es nuestro refugio."

Cuando la tormenta pasó, todos salieron y vieron que el bosque había cambiado. Había nuevos ríos y árboles caídos. Al mirar hacia el arrollo, Tomás y Pablo comprendieron que, aunque era increíble vivir con los duendes, también había un mundo fuera que los esperaba.

"Creo que deberíamos volver a casa" - dijo Pablo. "Podemos venir a visitar siempre que queramos."

Los duendes sonrieron y se despidieron con abrazos y risas.

"Recuerden, siempre serán bienvenidos aquí" - le dijo Lilo a los chicos. "Así que, ¡no olviden volver a contarme cómo están!"

Tomás y Pablo encontraron el camino de regreso, todavía llenos de emoción por la maravillosa experiencia. Desde entonces, siempre que pasaban por el bosque, sonreían pensando en sus amigos duendes y las lecciones que habían aprendido sobre la naturaleza y la amistad, llevándose consigo un mensaje muy claro:

"La diversión y la aventura están en todas partes, pero el hogar siempre estará en el corazón."

FIN.

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