Los duendes del bosque encantado



Había una vez un niño llamado Mateo que vivía en un pequeño pueblo al lado de un bosque verde y misterioso. Un día, mientras exploraba las profundidades del bosque, se topó con una escena mágica: un grupo de pequeños duendes danzando alrededor de un claro, riendo y jugando entre ellos.

Mateo, emocionado, no se podía creer lo que estaba viendo. Tenía el cabello oscuro, ojos vivaces, y su corazón palpitaba de curiosidad. Se acercó sigilosamente, tratando de no hacer ruido.

"¡Miren, un humano!" - exclamó uno de los duendes que llevaba un sombrero de hojas.

Los otros duendes se dieron vuelta, sorprendidos, y luego todos comenzaron a reír.

"Hola, niña, ¿qué haces en nuestro bosque?" - preguntó otro duende, con una voz melodiosa.

"Soy Mateo y solo estaba explorando. Nunca había visto duendes antes. ¡Son increíbles!" - respondió el niño, sonriendo de oreja a oreja.

Los duendes, al ver su alegría, decidieron incluirlo en sus juegos. Saltaron y comenzaron a jugar a las escondidas, riendo sin parar. Mateo se unió a ellos, y pronto se olvidó de todo lo que lo rodeaba.

Sin embargo, mientras jugaban, uno de los duendes, que se llamaba Brin, se apartó del grupo buscando una linda flor. No se dio cuenta de que se había alejado demasiado. De repente, dio un paso en falso y cayó en un pequeño arroyo.

"¡Ayuda!" - gritó Brin, tratando de salir del agua.

Mateo se dio cuenta de lo que había pasado y, a pesar de que no sabía nadar, sintió que debía ayudar a su nuevo amigo.

"¡No te preocupes, Brin! ¡Voy a ayudarte!" - dijo decidido.

Corriendo hacia el arroyo, extendió su mano hacia el duende que luchaba por salir. Con mucho esfuerzo, Mateo logró agarrar a Brin y tirarlo hacia la orilla. Los otros duendes vitorearon y aplaudieron.

"Eres muy valiente, Mateo. Nunca habríamos imaginado que un humano nos ayudaría de esta manera" - le dijo otro duende llamado Lira.

Después de este pequeño percance, los duendes decidieron enseñarle a Mateo algunas de sus costumbres y habilidades mágicas.

"Hoy te enseñaremos a hacer pequeñas travesuras con magia" - dijo Brin, sonriendo "Pero primero, necesitamos un ingrediente especial. "

"¿Qué es?" - preguntó Mateo, curioso.

"Necesitamos luz de luna y risas. Vamos a recolectar risas del bosque, que son las más genuinas" - explicó Lira.

Los duendes y Mateo comenzaron a buscar risitas entre los árboles, los pájaros y las mariposas. Cada vez que escuchaban una risa, trataban de atraparla en un pequeño frasco que había encontrado Mateo.

Después de recolectar un montón de risas, se reunieron alrededor de un árbol centenario. Allí, los duendes comenzaron a mezclar la magia con la luz de luna. Mateo estaba fascinado.

"Ahora, observa bien lo que hacemos" - dijo Brin mientras agitaba su varita.

De repente, el árbol comenzó a iluminarse con un brillo mágico. Flores de colores comenzaron a brotar del suelo y la música llenó el aire. Todo el bosque parecía cobrar vida.

"¡Es hermoso!" - exclamó Mateo, maravillado. Y justo en ese momento, sintió una felicidad que no había experimentado antes.

Pero la felicidad duró poco. De repente, un viento fuerte sopló, y un grupo de sombras oscuras apareció. Eran goblins, enemigos antiguos de los duendes que querían robarles su magia.

"Rápido, Mateo, tenemos que defender nuestro hogar" - gritó Lira.

Mateo, aunque asustado, se armó de valor. Recordó cómo había ayudado a Brin y cómo los duendes habían confiado en él. Así que decidió enfrentar a los goblins.

"¡No pueden llevarse la magia del bosque!" - gritó Mateo.

Los duendes se unieron a él, alzando sus varitas. Juntos, usaron la risa y la alegría que habían recogido para crear un escudo mágico que protegía el bosque.

Los goblins, confundidos por tanta luz y alegría, retrocedieron asustados y finalmente huyeron, dejando a los duendes y a Mateo victoriosos.

"¡Lo lograste, Mateo! Eres un verdadero amigo de nuestro bosque" - celebró Brin, dándolo un abrazo.

Desde aquel día, Mateo continuó visitando a sus amigos duendes y decidió proteger el bosque. Aprendió que la amistad y la valentía podían vencer cualquier obstáculo y que siempre había algo mágico en ayudar a los demás.

Con el tiempo, Mateo se convirtió en un defensor de la naturaleza, cuidando del bosque y compartiendo su historia con todos los niños del pueblo. Los duendes, por su parte, siempre lo recordaron como su héroe humano, y juntos continuaron viviendo aventuras llenas de magia y alegría en aquel bosque encantado.

FIN.

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