Los Duendes del Profundo Mundo
En un bosque encantado, donde el sol siempre brillaba y la música de la naturaleza jamás cesaba, vivían cuatro duendes: Tilo, Merlín, Iris y Lúculo. Cada uno de ellos tenía una habilidad especial relacionada con las capas de la Tierra. Tilo, el más sabio, conocía todos los secretos de las rocas; Merlín, el inventivo, trabajaba con los minerales; Iris, la más curiosa, amaba explorar los distintos niveles de la tierra y Lúculo, el soñador, tenía un deseo de descubrir qué existía en el núcleo terrestre.
Un día, mientras jugaban a recolectar piedras brillantes en el claro del bosque, Lúculo dijo:
"¿No se han preguntado alguna vez qué hay en el centro de nuestra Tierra?"
"Escuché historias de maravillas y peligros", respondió Tilo intrigado.
"Yo quiero ver esos misterios", añadió Iris emocionada.
"¡Sería una gran aventura!" exclamó Merlín, pensando ya en su próximo invento.
Juntos decidieron emprender un viaje hacia el interior de la tierra. Con una pequeña herramienta hecha por Merlín, comenzaron a cavar. Por horas y horas fueron descendiendo, y empezaron a atravesar las capas de roca. Tilo les enseñaba sobre las diferentes rocas que encontraban:
"Esta es la pizarra, que se forma con el cambio de temperatura y presión. Y estas otras son las rocas sedimentarias."
Los duendes siguieron cavando, y después de un tiempo, llegaron a una zona brillante y colorida. Era un lugar lleno de minerales. Merlín, fascinado, exclamó:
"¡Miren todos estos cristales! Son cristales de cuarzo, ¡los más hermosos que haya visto!"
"Podríamos hacer joyas y herramientas de ellos", sugirió Iris con entusiasmo.
Pero tras la emoción, Lúculo tenía otras inquietudes.
"chicos, ¿y si seguimos buscando más hacia el centro?"
Todos concordaron, así que continúan su aventura, profundizando más.
Mientras descendían, el calor comenzó a aumentar y las rocas se pusieron cada vez más densas y oscuras. Lúculo seguía soñando en grande:
"¡Imaginen el núcleo! ¡Qué maravilla debe ser! ¡Tengo que verlo!"
Sin embargo, a medida que se acercaban, comenzaron a escuchar un extraño y aterrador sonido. Era un eco profundo que resonaba desde las entrañas de la Tierra. Tilo, preocupado, dijo:
"Tal vez debamos regresar, no es seguro seguir adelante."
"¡Pero quiero ver el núcleo!" gritó Lúculo, impulsado por la curiosidad.
"No, hay que escucharnos a nosotros mismos, podría ser peligroso", advirtió Merlín, ahora muy inquieto.
Sin embargo, Lúculo no escuchó. La emoción lo llevó a seguir explorando. De pronto, un temblor sacudió el lugar y rocas comenzaron a desmoronarse a su alrededor.
"¡Regresemos!" vociferó Iris, asustada.
Mientras trataban de salir, Lúculo, en su afán de llegar a su meta, rompió una roca que bloqueaba el camino a lo más profundo. Un gran estruendo resonó y el túnel se derrumbó tras ellos.
"No podemos volver!" gritó Tilo, desesperado.
"¿Qué vamos a hacer?" lloró Iris, mirando con angustia a sus amigos.
Merlín, examinando la situación, les dijo:
"El camino a la superficie está cerrado, debemos encontrar otra salida."
Unidos por la desesperación, comenzaron a buscar una ruta de escape entre las rocas, pero el tiempo corría. Lúculo, culpándose por lo que había sucedido, exclamó:
"Lo siento, nunca debí insistir..."
Pero Tilo lo interrumpió:
"No es el momento de rendirse, hay que hallar una solución juntos."
Tras horas de búsqueda, Tilo encontró una pequeña grieta en la roca. Con mucho esfuerzo, lograron abrirla y, casi al borde de la desesperación, se atrevieron a cruzarla.
Allí, encontraron un camino que parecía llevar hacia la superficie. Con mucha determinación, comenzaron a escalar, pero de repente, Lúculo, que venía detrás, tropezó y cayó. A pesar de los esfuerzos de sus amigos, una herida lo dejó inmovilizado.
"¡No, Lúculo!" gritaron todos.
"Déjenme, sigan adelante, por favor, no se arriesguen por mí…" dijo Lúculo con voz débil, sabiendo que su deseo de explorar lo había llevado a esta trágica situación.
Los demás se miraron entre sí. Tilo, con lágrimas en los ojos, respondió:
"Nunca te dejaremos atrás, eres parte de nosotros."
Y así, con su amiga Iris al lado, usaron toda su fuerza para ayudarlo. A pesar del dolor, Lúculo supo que la amistad era más importante que sus sueños aventureros.
Finalmente, logrando salir de la grieta, sintieron el aire fresco y la luz del sol. Abrazaron el lugar familiar del bosque con emoción y alivio, pero el corazón de Lúculo estaba roto por la dirección que había tomado su deseo de explorar.
"Siempre recordaré esta aventura..." dijo Lúculo con tristeza, sabiendo que había aprendido que a veces, los sueños pueden tener consecuencias trágicas, pero la verdadera aventura era el valor de la amistad, incluso bajo la tierra.
Desde entonces, nunca más tentaron a la suerte y se dedicaron a cuidar de su bosque, compartiendo su conocimiento de las rocas y minerales con todos los duendes del lugar, asegurándose de que esta historia fuera un recordatorio de lo importante que era cuidar entre ellos y respetar los misterios de la Tierra.
FIN.