Los Duendes Egoístas y el Jardín de la Amistad
Había una vez, en un rincón mágico del bosque, un grupo de duendes que vivían en una hermosa colina. Estos duendes se llamaban Patapín, Zapatilla, y Chiquitín. Su hogar era un lugar de maravillas, con flores que brillaban como estrellas y ríos que cantaban al fluir. Sin embargo, había un gran problema: los tres duendes eran muy egoístas y sólo pensaban en sí mismos.
"¡Miren cuántas flores hay! No hay suficientes para todos!" - decía Patapín, mientras se apoderaba de todas las más grandes y hermosas.
"Yo encontré el manantial de agua dulce, es mío y no compartiré ni una gota" - afirmaba Zapatilla, mientras llenaba su frasco a toda prisa.
"Este es mi árbol favorito, no dejen que nadie se acerque!" - gritaba Chiquitín, asustando a cualquier criatura que intentara jugar cerca.
Los duendes estaban tan enfocados en poseer todo, que no notaban que su bosque se llenaba de tristeza. Los animales se alejaban, las flores comenzaron a marchitarse, y el canto del río se volvió un lamento. Un día, mientras los duendes discutían sobre quién se quedaría con el último trozo de fruta del jardín, apareció un viejo zorro de pelaje plateado.
"¿Qué les ha pasado, pequeños duendes?" - preguntó el zorro con voz suave.
"Nada que te importe, anciano" - respondió Patapín, sin bajar la mirada.
Pero el zorro no se desanimó. "El bosque solía ser un lugar feliz, lleno de risas y compañerismo. Pero ahora, ¿qué sienten ustedes?"
Los duendes se miraron entre sí, confundidos. Nadie había preguntado eso antes.
"No sé... pero, ¡tenemos cosas!" - dijo Zapatilla, como si eso lo justificara.
El viejo zorro sonrió. "Tener cosas no significa ser feliz. ¿Alguna vez han jugado juntos, o compartido lo que tienen?"
"¡No! ¡Eso suena raro!" - exclamó Chiquitín, con una mueca en su rostro.
El zorro suspiró, "Los mejores tesoros no son los que se guardan, sino los que se comparten. Les propongo un juego: pasen un día sin pelear por lo que tienen y, en cambio, busquen la manera de compartir."
Los duendes dudaron, pero la curiosidad los llevó a aceptar.
Al día siguiente, decidieron hacer un picnic. Juntaron sus mejores frutas, aunque a regañadientes, y se sentaron en círculo. Al principio, los duendes no sabían cómo compartir. Patapín cortó la fruta en pedacitos y dijo:
"Este es el mío, pero les dejo un poco a ustedes."
Zapatilla miró la pequeña porción y protestó, "¿Eso es compartir? ¡Sólo es un pedacito!"
Pero pronto, se dieron cuenta de que al compartir, el picnic se volvió más divertido. Empezaron a jugar con los demás animales y a reír juntos.
"¡Eh, esto es genial!" - exclamó Chiquitín, corriendo detrás de un grupo de ardillas.
"Eso es porque no estamos guardando todo para nosotros mismos" - dijo Patapín, mientras reía.
Al final del día, el bosque parecía más brillante. Las flores relucían más que nunca, los pájaros cantaban alegres, y hasta el río se sentía más vivo.
"No puedo creer que esto haya funcionado" - comentó Zapatilla con una sonrisa.
El zorro apareció nuevamente y les dijo, "¿Ven? Lo que compartieron no solo les dio alegría a ustedes, sino que hizo más feliz a todo el bosque."
Desde ese día, los tres duendes cambiaron su forma de ver el mundo. Aprendieron que la verdadera felicidad venía de compartir, no de poseer. Se volvieron los mejores amigos de los animales del bosque y dedicaron su tiempo a cuidar juntos del lugar donde vivían.
"Hoy cuidamos el jardín juntos, mañana podemos construir una casita para los pájaros" - sugería Chiquitín, lleno de entusiasmo.
Y así, Patapín, Zapatilla, y Chiquitín se convirtieron en los duendes más queridos de todo el bosque. Al igual que las flores, su amistad floreció, enseñando a todos que la colaboración es mucho más valiosa que el egoísmo. Y vivieron felices, compartiendo aventuras y risas en el Jardín de la Amistad.
Fin.
FIN.