Los Elefantes del Desierto
Era un día soleado en el vasto desierto de Kalahane, y dos elefantes, Tito y Luna, estaban explorando con alegría. Aunque eran amigos, sus personalidades eran muy diferentes. Tito era curioso y juguetón, mientras que Luna era sensata y precavida.
"Vamos por ese camino, Luna! Hay algo brillante al fondo!", exclamó Tito, agitando su trompa emocionado.
"No sé, Tito. Deberíamos quedarnos cerca del río. Es más seguro", le respondió Luna, moviendo su oreja de manera preocupada.
Pero la curiosidad de Tito fue más fuerte y los dos se adentraron en el desierto. Después de un rato, el sol empezó a brillar intensamente y se dieron cuenta de que se habían alejado demasiado del río.
"Oh no, ¡estamos perdidos!", gritó Tito, dándose cuenta de su error.
"No te preocupes, Tito. Vamos a encontrar el camino de vuelta", dijo Luna, tratando de calmarlo.
Sin embargo, el desierto era grande y lleno de dunas altas. No había ningún signo de la vegetación que conocían. Mientras caminaban y buscaban, empezaron a sentir el calor del desierto.
"Mirá, hay una sombra bajo esa roca. Vamos a descansar un rato" dijo Tito, apuntando con su trompa.
Los dos elefantes se acomodaron bajo la sombra y, mientras descansaban, escucharon un suave sonido de goteo.
"¿Escuchás eso? Suena como agua!", exclamó Tito, emocionado.
Siguiendo el sonido, encontraron un pequeño arroyo que fluía entre las rocas. Todo era alegría, pero pronto se dieron cuenta de que el agua no era suficiente para llenar su sed. Luna recordó una lección importante que había aprendido de su madre:
"Tito, debemos conservar el agua. No sabemos cuándo encontraremos más. ¡Así que debemos cuidarnos!", dijo Luna, bebiendo con moderación.
Mientras se refrescaban, de repente, escucharon un ruido fuerte. Una tormenta de arena comenzaba a formarse a lo lejos, y el viento empezaba a soplar con fuerza.
"Rápido! Tenemos que buscar refugio", dijo Luna con prisa.
Los dos amigos se pusieron en movimiento, usando sus grandes orejas para protegerse del viento. Tuvieron que caminar en círculos por un rato, ya que no sabían hacia dónde ir. La visibilidad era escasa, y el ambiente se tornó caótico.
A través de la tormenta, Luna recordó un consejo de su madre: "Cuando se pierde la orientación, siempre busca un alto en el horizonte." Entonces, miró hacia arriba y vio una duna más alta que parecía ser el final de la tormenta.
"¡Vamos hacia esa duna!", gritó Luna, tomando la iniciativa.
Juntos, lucharon contra el viento y finalmente llegaron a la cima de la duna. Desde allí, pudieron ver el desierto extendiéndose a su alrededor. En la distancia, podían ver el río y la vegetación que tanto deseaban.
"¡Allí está!", exclamó Tito, brincando de alegría.
"Pero, ¿y si la tormenta vuelve?", preguntó Luna. Al mirar hacia abajo notaron que había un pequeño grupo de animales a lo lejos, que también parecen estar buscando refugio.
"Tal vez ellos sepan el camino", sugirió Tito.
Sin pensarlo dos veces, corrieron hacia el grupo, que resultó estar formado por gacelas y un pequeño grupo de tortugas.
"¡Hola! Estamos perdidos! ¿Saben cómo volver al río?", preguntó Luna.
"¡Sí! Solo deben seguir nuestras huellas!", respondió una gacela.
Así que Tito y Luna se unieron al grupo, aprendiendo a seguir las huellas en la arena, lo que les enseñó que, a veces, contar con amigos y confiar en los demás puede llevar a soluciones. Finalmente, llegaron al río, cansados pero felices.
"Lo logramos! Nunca hubiese podido sin vos, Luna!", dijo Tito, dándole un abrazo a su amiga.
"Y yo no hubiese llegado si no fuera por tu valentía. Cada uno tiene su forma de ayudar", respondió Luna.
Desde ese día, Tito siempre recordó la importancia de escuchar y estar alerta, mientras que Luna aprendió que a veces es necesario soltar un poco las riendas y aventurarse con alegría. Así, los dos amigos siguieron explorando el mundo, pero siempre juntos y cuidándose mutuamente. Y cada vez que se encontraban en una encrucijada, miraban al cielo en busca de nuevas estrellas que guiaran su camino.
Y así, Tito y Luna aprendieron que, en la vida, lo más importante es tener buenos amigos y confiar en ellos, sin importar cuán desiertas sean las tierras que deban recorrer juntos.
Fin.
FIN.