Los Escribidores de Primer Grado
En una escuela encantadora de Buenos Aires, había un aula muy especial donde los alumnos de primer grado no eran solo chicos y chicas comunes, ¡sino grandes escritores en miniatura! Cada día, la maestra Clara les contaba historias fascinantes y, al mismo tiempo, los animaba a crear las suyas.
Era una mañana soleada cuando Clara anunció: "Hoy vamos a tener un concurso de cuentos. Quien escriba la historia más creativa, ¡ganará un libro y podrá leerlo en voz alta durante la clase!"-
Los ojos de los niños brillaron de emoción. Lisa, una nena muy tímida pero con un gran talento para imaginar cuentos, se sintió inspirada. "Yo quiero escribir un cuento sobre un dragón que ama las flores"-, dijo con voz suave.
Mauro, que siempre había sido el payaso de la clase, exclamó: "Yo voy a escribir sobre un robot que quiere aprender a bailar!"-.
Mientras cada uno elegía su tema, el aula se llenaba de risitas y murmullos de ideas. Sin embargo, había un niño, Tomás, que con voz insegura comentó: "Pero, ¿y si yo no sé escribir como ustedes?"-.
La maestra Clara se acercó gentilmente, "Tomás, todos tenemos una historia dentro. Escribir no se trata de ser perfecto, sino de dejar volar la imaginación"-.
Con eso en mente, cada uno empezó a escribir. Las palabras brotaban como ríos de colores. Lisa imaginaba a su dragón, llamado Florián, que cuidaba un jardín mágico lleno de flores que podían hablar. Desde otro rincón, Mauro hacía bailar a su robot, llamado Bailarín, que desafió a todos los niños de la escuela a una competencia de baile.
Cuando llegó la hora de compartir las historias, el ambiente se llenó de nerviosismo. "Yo puedo empezar"-, dijo Lisa, y con un poco de temblor en su voz, comenzó a relatar su cuento.
Mientras Lisa hablaba, sus compañeros se sumergieron en el mundo de Florián. ¡El dragón, que al principio era temido, se convirtió en el héroe del barrio al ayudar a los vecinos a cuidar sus jardines! Todos aplaudieron al finalizar y Lisa sonrió con orgullo.
Después fue el turno de Mauro, quien con gestos divertidos hizo reír a toda la clase mientras narraba las locuras de Bailarín. El robot no solo aprendió a bailar sino que terminó enseñando a sus amigos y creando obras de arte con sus movimientos.
Finalmente, fue el turno de Tomás. "Yo... yo no sé si mi historia es buena, pero la intentaré"-, dijo nerviosamente.
"Está bien, Tomás, aquí estamos para escucharte"-, alentaró clara.
Tomás comenzó, y las palabras fluyeron de su boca: "Había una vez un árbol que soñaba con ser un avión porque quería volar"-. Con cada palabra, sus compañeros se maravillaban.
"El árbol se dio cuenta de que, aunque no podía volar, podía dar sombra y refugio a muchos pájaros", continúo Tomás, y los niños escuchaban con atención. El cuento dio un giro cuando, al final, el árbol se convirtió en un refugio para todos los sueños.
Cuando el cuento terminó, el aula estalló en aplausos. Clara dijo: "Vieron, chicos, cada uno de ustedes tiene algo especial que contar. Las historias nos unen y nos enseñan"-.
Al finalizar el concurso, no importaba quién ganara el libro. Todos se sintieron como verdaderos autores. En vez de que una sola historia ganara, la maestra decidió premiar a todos con libros, porque cada uno había demostrado que tienen una voz única que merece ser escuchada.
Desde ese día, los alumnos de primer grado se convirtieron en los "Escribidores de Primer Grado", y todos los meses, compartían sus nuevos cuentos en el aula, dejando volar su creatividad y su amistad. Así, aprendieron que en cada historia, por más pequeña que sea, hay un gran tesoro por descubrir.
FIN.