Los Estigmas del Amigo



Érase una vez en un pequeño pueblito llamado Flor del Valle, donde la gente vivía en armonía y siempre había buenas risas y amistades. Sin embargo, había un niño llamado Francisco que, a pesar de ser genial en muchas cosas, se sentía un poco solo. A menudo lo veías a él inventando juegos, dibujando o explorando la naturaleza, pero cuando se trataba de hacer nuevos amigos, no sabía muy bien cómo empezar.

Un día soleado, mientras paseaba cerca del lago, Francisco escuchó un extraño ruido. Cuando se acercó, encontró a un pequeño pato atrapado entre unos arbustos.

"- ¡Ayuda! ¡Ayuda!", decía el pato, moviendo sus alas desesperadamente.

"- No te preocupes, amigo, voy a ayudarte", dijo Francisco, sintiéndose un poco valiente. Con cuidado, liberó al pato, que al instante comenzó a saltar de alegría.

"- ¡Gracias! Soy Pato Pablo y soy muy feliz de conocerte!", exclamó el pato felizmente.

"- ¡Yo soy Francisco!", respondió el niño, sonriendo.

Pablo y Francisco se hicieron inseparables. Juntos exploraban senderos, construían casas en los árboles y compartían historias. Francisco, que antes se sintió solo, comenzó a disfrutar enormemente de esos momentos.

Un día, mientras paseaban, encontraron un hermoso campo lleno de flores. Pero al acercarse, se dieron cuenta de que había un pequeño problema: un grupo de niños estaba jugando en el campo, pero no invitaban a nadie a unirse. Se veían tristes y frustrados.

"- ¿Por qué no jugamos junto a ellos?", sugirió Pablo, moviendo su cabecita.

"- Creo que no les caemos bien", respondió Francisco, dudando de sí mismo.

Pero Pato Pablo insistió: "- ¡Vamos! Solo hay una manera de averiguarlo. Si les mostramos lo divertidos que somos, seguro se unirán a nosotros!"

Francisco aceptó la proposición y juntos fueron hacia el grupo. Con una gran sonrisa, Francisco dijo: "- ¡Hola! Somos Pablo y Francisco, ¿quieren jugar al juego de las carreras de sacos? ¡Es muy divertido!"

Los otros niños miraron algo sorprendidos, pero uno de ellos, llamado Tomás, sonrió y respondió: "- ¡Nos encantaría! Estábamos buscando algo más emocionante para hacer."

La carrera de sacos comenzó y, entre risas y juegos, Francisco sintió una inmensa alegría. Se dio cuenta de que cuando te abres a nuevas amistades, lo mejor puede pasar. Después de jugar, los niños del grupo invitaron a Francisco y Pablo a unirse a ellos en sus juegos.

Pasaron el resto del día disfrutando juntos, creando nuevos recuerdos y riendo. Al caer la tarde, los niños ya no eran extraños, sino nuevos amigos.

"- ¡Mirá, Francisco! ¡No está tan mal abrirse a los demás!", dijo Pablo, sonriendo ampliamente mientras se sentaban en la hierba, cansados pero felices.

"- Tenías razón, Pablo. La amistad es lo mejor. Gracias por no dejarme solo", respondió Francisco, reluciendo de felicidad.

Y así, Francisco entendió que, a veces, solo se necesita un pequeño empujón y un gran amigo que crea en ti, para abrir la puerta a nuevas y valiosas amistades. No importa si eres un niño, un pato o cualquier otro ser del mundo, la amistad siempre ilumina incluso los días más grises.

Desde ese día en adelante, Francisco nunca volvió a sentirse solo, y el inolvidable lazo que formó con Pablo quedó marcado en sus corazones. Juntos aprendieron que el valor de la amistad es uno de los más grandes tesoros de la vida.

FIN.

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