Los Fantasmas Aventureros
Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Fantasialandia, un grupo de fantasmas muy especiales. A diferencia de los fantasmas comunes que asustan a la gente, estos fantasmas querían ser amigos de todos. Cada noche, bajo la luz de la luna, se reunían en el viejo castillo de la colina.
"Hola a todos, ¡estoy tan emocionado por esta noche!" dijo Gastón, el fantasma más pequeño del grupo.
"¿Creen que logramos hacer un nuevo amigo hoy?" preguntó Lila, una fantasmita con una gran sonrisa.
"Claro que sí, somos encantadores!" respondió Bruno, el fantasma más grande y valiente.
Una vez que la luna estaba bien alta, decidieron que esa noche sería especial. ¡Querían encontrar un niño con el que pudieran jugar! Así que bajaron del castillo, flotando por el aire con su brillo encantador.
Mientras buscaban, escucharon un llanto proveniente de un pequeño parque. Se acercaron y vieron a un niño sentado en un banco, con la cabeza entre las manos.
"¿Por qué estás triste?" le preguntó Lila, acercándose con cautela.
El niño, alzando la vista con asombro, respondió:
"Me llamo Mateo y estoy triste porque no tengo amigos para jugar. Todos están ocupados con sus cosas y yo me siento solo."
Los fantasmas, queriendo ayudar, se miraron entre sí y luego Gastón exclamó:
"¡Nosotros podemos ser tus amigos! ¡Nos encanta jugar!"
Mateo, sorprendido, casi se cae del banco.
"¿Amigos? ¡Pero son fantasmas!"
Bruno sonrió.
"¡Sí, pero somos fantásticos! En lugar de asustarte, ¡nuestra misión es hacerte sonreír!"
Mateo empezó a reírse, pero luego se puso serio.
"No sé... ¿Cómo jugarían los fantasmas?"
Pero los fantasmas tenían un plan.
"Podemos hacer carreras en el aire, jugar a las escondidas con nuestros poderes especiales, ¡y hasta contar historias mágicas!" propuso Lila, emocionada.
Mateo pensó un momento y luego dijo:
"Suena divertido, pero me da miedo que mis otros amigos se enteren. No quieren jugar conmigo porque soy un poco diferente."
Gastón, al escuchar eso, se sintió identificado.
"Todos somos diferentes, y eso es lo que nos hace únicos. La diferencia es lo que nos hace especiales. A veces, los niños no entienden eso, pero ¡nosotros estamos aquí para demostrar que ser diferente es genial!"
Inspirado por las palabras de Gastón, Mateo decidió darle una oportunidad a su nuevo grupo de amigos.
"¡Está bien! Juguemos. ¡Quiero volar!" dijo con entusiasmo.
Los fantasmas lo levantaron del banco y lo hicieron flotar por el aire. Rieron juntos mientras hacían piruetas en el cielo estrellado.
Pasaron la noche jugando y contando historias. Cada vez que un nuevo niño del pueblo pasaba por allí, los fantasmas se escondían para no asustarlos, pero Mateo estaba feliz de mostrarles a sus nuevos amigos lo divertido que podía ser jugar.
Pero entonces, a medida que el sol comenzaba a salir, los fantasmas sabían que tenían que irse antes de que la luz del día los descubriera.
"No se preocupen, volveremos!" dijo Lila.
"Sí, seremos tus amigos siempre, Mateo. ¡Prometemos que cada semana volveremos a jugar contigo!" agregó Bruno.
"Gracias, ¡no quiero que esto termine!" exclamó Mateo.
"Pero solo comienza, mis amigos. Recuerda, mientras haya luna, habrá magia en el aire y nosotros estaremos aquí para jugar. ¡La amistad nunca se olvida!" dijo Gastón, mientras comenzaban a desvanecerse.
A partir de ese día, Mateo nunca más se sintió solo. Esperaba con ansias las noches en que sus amigos fantásticos volvían a jugar, y poco a poco, comenzó a invitar a otros niños a jugar con ellos. Con el tiempo, muchos se unieron al divertido juego y aprendieron que no hay razón para tener miedo de ser diferente.
Y así, en cada rincón de Fantasialandia, una mágica amistad floreció más allá de los límites del mundo de los vivos, llenando de risas y aventuras a todos sus habitantes, tanto humanos como fantasmas.
Así aprendieron que la amistad, la comprensión y la aceptación son las claves para un mundo mejor.
Y colorín colorado, este cuento ha acabado.
FIN.