Los Fantasmas Comen Dulces en Navidad
Era una fría noche de diciembre en el pequeño pueblo de Dulcelandia. Las luces brillaban en cada ventana y el aroma a galletas recién horneadas llenaba el aire. A todos les encantaba la Navidad, pero había una pequeña leyenda que decía que, en la noche de Navidad, los fantasmas también tenían su propia celebración.
En la casa más antigua del pueblo, vivía un fantasma llamado Blinky. Blinky no era como los otros fantasmas que espantaban a la gente. A él le gustaba jugar y hacer amigos. Sin embargo, en Navidad, sentía una profunda tristeza porque no podía disfrutar de los dulces que todos comían.
Una noche, mientras observaba a los niños jugar y reír en el parque, Blinky decidió que quería vivir la Navidad de una manera especial. "¡Voy a organizar una fiesta de dulces!" - pensó. Así que, con mucho entusiasmo, comenzó a preparar todo lo necesario.
Primero, Blinky fue al mercado de Dulcelandia, pero al ser un fantasma, nadie podía verlo. "¿Cómo conseguiré dulces si no me pueden vender nada?" - se preguntó. Entonces tuvo una brillante idea. Voló hasta la sala de clases de la escuela y espió a la profesora Aria.
"¡Claro! Si les muestro a los niños que los fantasmas no solo asustan, sino que también disfrutan de la Navidad, seguro me ayudarán" - pensó Blinky. Esa misma noche, mientras todos dormían, Blinky dejó una nota en el salón principal de la escuela.
“Queridos niños de Dulcelandia, los fantasmas también quieren comer dulces en Navidad. ¡Ayúdenme a hacer una fiesta! - Blinky”
Al día siguiente, los niños encontraron la nota. "¿Un fantasma quiere hacer una fiesta? ¡Eso suena emocionante!" - dijo Camila, una de las más atrevidas del grupo. "¡Vamos a organizarlo y a conseguir muchos dulces!" - respondió Tomás, su mejor amigo.
Los niños se pusieron a trabajar. Hicieron carteles, invitaron a otros niños y, lo más importante, recolectaron dulces de sus casas. Cada uno trajo lo que pudo: galletas, caramelos y hasta chocolate. Blinky quedó maravillado. "¡Que generosos son!" - exclamó al ver cómo se preparaban con entusiasmo.
La noche de la fiesta llegó y Blinky adornó la vieja casa con luces brillantes y guirnaldas de papel. Los niños llegaron riendo e iluminando el lugar con su alegría. "¡Feliz Navidad, Blinky!" - gritaron todos al unísono. El fantasma, que nunca había tenido una celebración, se sintió lleno de alegría.
Pero cuando comenzaron a repartir los dulces, notaron algo extraño. - “¡Oh no! No hay suficientes dulces para todos” - dijo Lautaro, preocupado. Se miraron unos a otros, y la tristeza comenzó a invadir el ambiente. Blinky se sintió mal por haber creado una situación incómoda. "Lo siento, yo solo quería..." - comenzó a decir, pero justo en ese momento, Emiliano tuvo una idea brillante.
"¡Esperen! ¿Y si compartimos lo que tenemos?" - propuso. "Así, todos tendremos algo dulce" - dijo. Los niños comenzaron a repartir lo que tenían en partes iguales, y rápidamente el ambiente se llenó de risas y alegría. Mientras todos disfrutaban, Blinky se dio cuenta de que lo importante no era la cantidad de dulces, sino la felicidad de compartir con amigos.
Esa noche, mientras el viento soplaba suave, los niños, junto con Blinky, hicieron un brindis con un jugo de frutas: "¡Por la amistad y la magia de la Navidad!" - gritaron.
Desde ese día, la casa de Blinky se convirtió en un lugar especial donde todos los años los niños de Dulcelandia se reunían para celebrar. Los fantasmas ya no eran solo personajes de historias espeluznantes, sino también amigos con los que compartir momentos mágicos.
Así, Blinky aprendió que la verdadera esencia de la Navidad no son los dulces, sino el acto de compartir alegría y amistad con los demás. Y todos, desde esa noche, celebraban juntos, llenos de risas y dulces, en el mágico pueblo de Dulcelandia.
FIN.