Los Guardianes de Aguachica



Había una vez unos abuelos llamados José y Lolita que vivían en un pequeño pueblo llamado Aguachica. Eran campesinos de toda la vida y amaban la naturaleza como a su propia familia. El aire fresco de las montañas y el sonido del agua fluyendo en el río les llenaban el corazón de alegría.

Un día, mientras paseaban por el bosque, José decidió hacer una pregunta a Lolita.

"¿Te acordás cuando éramos chicos y nuestros padres nos llevaban a pescar al río? ¿Cómo disfrutábamos esos momentos, eh?"

"¡Sí! Era lo mejor! Cada vez que pescábamos regresábamos con las manos llenas de risas y cuentos", respondió Lolita con una sonrisa.

Sin embargo, en el pueblo comenzaban a circular rumores preocupantes. Algunos hombres, atraídos por el dinero fácil, querían talar los bosques para construir un gran centro comercial. Las noticias llegaron a los oídos de José y Lolita.

"No podemos dejar que eso pase. ¡Los árboles son nuestra vida!", exclamó José con determinación.

"Y el agua, José. Si talan los árboles, el agua se va a secar y nuestra tierra sufrirá", agregó Lolita, muy preocupada.

Decidieron que era tiempo de actuar. Se organizaron y comenzaron a hablar con sus vecinos. Convocaron una reunión en la plaza del pueblo para que todos pudieran opinar sobre la situación.

En dicha reunión, todos estaban muy inquietos. José tomó la palabra:

"¡Queridos amigos! ¡Nuestra casa está en peligro! Los árboles son nuestros amigos, nos dan sombra y aire puro. Pero si no nos unimos, pronto no habrá más bosques ni agua para nuestros hijos. ¿Qué queremos ser: guardianes de la naturaleza o cómplices de su destrucción?"

Los miembros del pueblo comenzaron a murmurar entre ellos, sintiendo el impacto de las palabras de José. Una joven llamada Ana se levantó y dijo:

"Yo quiero ayudar. ¡Pero ¿cómo lo hacemos?"

"¡Organizando jornadas de limpieza y plantación de árboles!", sugirió Lolita con energía.

"¡Sí! Y podríamos hacer carteles para mostrarles a aquellos que quieren dañar nuestro hogar cuánto amamos lo que tenemos aquí", añadió un anciano del pueblo.

Los días pasaron llenos de actividad. Con maderas y pinturas, los vecinos comenzaron a hacer carteles que decían cosas como "¡Protejamos nuestros árboles!" y "¡Agua es vida!". Los niños pintaban con alegría, mientras José y Lolita guiaban a todos en la tarea. La atmósfera se llenaba de risas y esperanza.

Un giro inesperado ocurrió cuando un día, un grupo de hombres llegó al campo, viendo desesperados los carteles y molestos por la unión del pueblo.

"¿Qué creen que están haciendo? Esto es un lugar para hacer dinero, no para jugar con árboles", gritó uno de ellos, muy enojado.

"No estamos jugando, estamos protegiendo nuestra casa", respondió José, firme.

La gente del pueblo se hizo más fuerte y unida. Con cada plantación de árbol, con cada jornada de limpieza, la voz de Aguachica se escuchó más allá del bosque. El aroma de la tierra y el canto de los pájaros resonaban en sus corazones. Los que estaban a favor de la tala empezaron a sentir que su causa no era tan sólida.

La historia se esparció y llegó a oídos de las autoridades. Un día, un grupo de ambientalistas decidió visitar el pueblo y ver la belleza que aún conservaba Aguachica. Cuando llegaron, se encontraron con niños jugando entre los árboles, abuelos compartiendo historias y, por supuesto, con José y Lolita mostrando su amor por la naturaleza.

"Esto es un tesoro natural!" exclamó uno de los ambientalistas, mientras miraba a su alrededor. "Debemos protegerlo a toda costa."

Y así fue que tras una larga conversación, se decidió que Aguachica sería declarado área protegida. ¡Los árboles serían salvados y el agua seguiría fluyendo para siempre!

Cuando José y Lolita se enteraron de la gran noticia, se abrazaron con alegría.

"Lo logramos, mi amor, lo logramos. ¡Todo nuestro esfuerzo valió la pena!", exclamó Lolita con lágrimas de felicidad.

"Por nuestros árboles, por nuestra agua y por nuestro pueblo", murmuró José en voz baja, mirando al cielo.

Desde entonces, Aguachica se convirtió en un modelo de conservación. Los niños aprendían desde pequeños la importancia de cuidar de la naturaleza y José y Lolita se convirtieron en los abuelos sabios del pueblo, siempre dispuestos a contar historias sobre la lucha por preservar su hogar.

Así, Aguachica continuó prosperando, lleno de vida y esperanza, gracias a la valentía de dos abuelos que amaban su tierra profundamente.

FIN.

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