Los Guardianes de Buenos Aires
Era una noche estrellada en Buenos Aires. Los habitantes de la ciudad dormían, ajenos a la mágica aventura que iba a suceder poco después. Un grupo de seres mitológicos, todos diferentes y especiales, decidió aventurarse en la ciudad para ayudar a los humanos a ver las cosas de una manera nueva.
En una de las plazas, la primera que se encontró con la realidad de la ciudad, el pequeño duende llamado Tico saltó sobre una banca. Su risa brillaba como una estrella.
-Tico, ¿qué haces aquí en medio de la noche? -preguntó la hada Lía, aterrizando suavemente a su lado.
- Estoy aquí para mostrarles a los humanos lo maravillosa que es la vida. ¡Vamos, Lía! -exclamó Tico.
Esa misma noche, se unieron a ellos un gigante llamado Bruto y un sabio unicornio llamado Estrella.
-Bruto, ¿qué opinás de un paseo en la avenida Corrientes? -sugirió Lía, que aunque era pequeña, tenía grandes ideas.
- ¡Me encanta la idea! ¡Voy a pedirle a los cines que pongan más películas sobre héroes! -dijo Bruto, moviendo su enorme mano con entusiasmo.
- Pero, ¿y si pedimos que también haya historias de magia en la pantalla? -agregó Estrella, con su voz suave y melodiosa.
Así, los cuatro amigos recorrieron la ciudad, visitando cada rincón. En una librería, encontraron a una niña llamada Valentina, triste porque no podía encontrar un cuento que le gustara.
- ¿Por qué estás tan triste, pequeña? -preguntó Lía, posándose suave sobre el mostrador.
- No encuentro un libro que me lleve a un mundo mágico. -suspiró Valentina.
- ¡Alto ahí, Valentina! -interrumpió Tico. -La magia no siempre está en los libros. A veces está en el lugar donde vivimos.
- ¿Cómo? -preguntó Valentina, aún un poco confundida.
- ¡Mirá! -dijo Bruto señalando por la ventana. -¿Ves a esos árboles? Cada hoja tiene una historia que contar. El ruido de la ciudad es como una sinfonía creada por tantos seres que viven aquí. La magia está en la vida misma. -
Con eso, Estrella llevó a Valentina a un rincón del parque, donde contaron historias sobre los pájaros, los árboles y las luces de la ciudad.
- ¿Ves? Cada cosa que nos rodea tiene su propia magia. -dijo Estrella. -Todo depende de cómo lo mires. ¡Estamos rodeados de cuentos!
Valentina sonrió y, con una chispa en los ojos, expresó:
- ¡Tenés razón! Ahora veo que hay tanta magia que ni lo sabía. -
Contentos con el resultado, los amigos siguieron su recorrido. Esa misma noche, conocieron a un grupo de jóvenes que se sentaban en la vereda, aburridos y sin rumbo. Les contaron sobre el encuentro con Valentina.
- ¿Y por qué no hacemos nosotros algo similar? -sugirió un chico del grupo. -Podemos crear una obra de teatro. -
- ¡Sí! ¡Sería genial! -gritó otro, entusiasmado.
Los seres mitológicos ayudaron a los chicos a ver la magia que los rodeaba. Al día siguiente, en la plaza, organizaron un espectáculo donde contaron las historias de la ciudad y sus leyendas.
El espectáculo fue un éxito, y más de un niño olvidó su tristeza y se unió al grupo. Los chicos contaron historias sobre los guardias de seguridad de la ciudad que se convierten en héroes por un día y de cómo sus padres también tienen sueños y aventuras.
La ciudad se llenó de colores, risas, y sobre todo, de un nuevo sentido de comunidad. Los seres mágicos, felices de haber llegado a los corazones de los niños y adultos, decidieron que ya era hora de regresar a su mundo, pero no sin antes dejar una pequeña enseñanza.
-Tomen lo que hemos compartido esta noche, -dijo Tico mientras comenzaban a desaparecer. -Recuerden que la magia de Buenos Aires está aquí y en cada sonrisa. Vean la vida de forma diferente y encuentren magia en todo lo que los rodea.
Desde aquel día, los habitantes de la ciudad aprendieron a mirar desde un nuevo ángulo. La risa, la amabilidad y la curiosidad llenaron las calles, y cada vez que un niño metía un pie en un lugar nuevo, recordaba que la vida puede ser una mágica aventura si decidimos mirar con los ojos de la imaginación.
Y así, la ciudad nunca volvió a ser la misma. En cada rincón había magia escondida, y cada uno de sus habitantes, en su propio camino, aprendió a ser un pequeño guardián de Buenos Aires.
FIN.